Simulacro
de sismo.
“Se
estima por ejemplo que en Lima los muertos y desaparecidos, si ocurriese un
sismo de grado 8, serían unos 50, 000 mil. En Trujillo unos 600, 000 mil, casi
toda la ciudad”, dicen los medios de prensa.
En
la oficina es lo primero que hemos comentado, más aun cuando una parte de los
que estamos reunidos viven en el Callao. El miedo de un tsunami y del poco
tiempo para poder ponerse a buen recaudo está en la mente. Algo complicado de
solo pensarlo, en el mismo momento primero habría que sobrevivir al sismo,
luego tener el suficiente resto físico y mental para ordenar las ideas y las
cosas para salir.
Segundos,
tal vez luego minutos, escasos.
Empiezan
a recordar los terremotos que han vivido, yo por suerte solo el del 2007. Por
suerte digo, aunque esa palabra no tenga nada de significado como para
colocarla en esos eventos.
Cae
el silencio, seguro significan recuerdos difíciles.
Desde
una de las esquinas habla despacio una compañera de trabajo, dice que le da
mucha pena y miedo hablar de terremotos, pienso que quizá por eso ha
permanecido callada y dando la espalda durante la conversación.
—Yo
viví el terremoto del 70’
en Ancash, o bien, sobreviví. —Nos cuenta con rostro de tristeza y un poco de
dificultad al hablar.
Le
pregunto si ella nació allá.
—Estaba
en la barriga de mi mamá. Ella estaba viviendo allá porque a mi padre lo destacaron
unos meses antes como profesor en un pueblito ancashino. Cuando ocurrió esa
desgracia mamá iba a dar a luz y lo que vio al despertar, porque en el momento
del terremoto un objeto le cayó en la frente, fue a mi papá muerto y mi
hermanita de 2 añitos agonizando. Ya se imaginarán que cuando pasan este tipo
de noticias se me hace un nudo en la garganta.
Recordé
mi viaje a Huaraz. La ida a Yungay, la desolación entre el cielo azul con nubes
que parecen copos de nieve. La tristeza bajo la tierra en medio de un paisaje
bello. Aquellas palmeras, lo único que quedó en pie…
Todos permanecimos en silencio. Imagino que el mismo que queda cuando ya no hay nada más que
hacer.
“Señora,
por eso hay que vivir la vida, con esas cosas nunca se sabe”, atino a decirle y
es que no hay mucho más por hablar. En esos casos la vida debe reducirse a ser solo segundos de angustia, no se sabe cuándo pasarán y es
imposible saber cómo acabarán. Nunca se está lo suficientemente preparado.
Silencio,
toma aire, la vida continúa.
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