martes, 25 de setiembre de 2007

Letras sin poesía

Noche solitaria y silenciosa sin luna ni estrellas,
tan negra en penumbras y con niebla,
algo tan acostumbrado y rutinario sin sobresalto,
voy saliendo de casa respirando frío de invierno al andar.

Mis pasos se escuchan sobre los charcos que adornan el pavimento,
otra vez no veo dónde voy y trato de no pensar en nada,
a pesar de eso me he preguntado porqué son rápidos sin razón,

los siento como latidos cardiacos ansiosos por infartar.

Y no hay un lugar o tiempo establecido, si acaso alguna vez los hubo,

no me gustó nunca esperar o que aguarden por mí,
aún así entiendo que la prisa es una equivocación normal,

no me gusta dormir con luz, pasará el día y un segundo no debe faltar.

Neblina fría y penetrante que reprime y me envuelve alrededor,
tal cual memoria lúgubre y alimentada de errores no propios,
que se mezcla con mi aliento y con la intensa llovizna,

complot perfecto que va a parar a mi interior.

No doy mi gélida mano a nadie, no acepté unos guantes,
y prefiero un bolsillo acogedor al caminar,
creo ya hasta he olvidado andar agarrado con esa chica y es extraño,
por ahora opto por un gesto amable al saludar.

Miro tu rostro y tus ojos son mi fuente de atracción,
hay muchas razones por las cuales los prefiero,
ahí no se siente el frío y el mundo no está al revés,
son fiscales implacables de tus labios al querer mentir.

No me disgusta el invierno aliado de la soledad y nací en otoño,
con días sin sol y húmedos en la capital por descontado,
y hoy no es difícil recordar tu risa bajo los árboles sin hojas,
yo con una mano al bolsillo y la otra contigo al andar.



Cuántas veces he caminado así? Sin poesía, sin rima, pronunciando frases que forman parte de una historia, pero la que a la vez no termina, o no sabría decir si en algún párrafo culminó y no me di cuenta. Buscando despejar la mente, no tenerle miedo a las despedidas y el posterior alejamiento – a la incertidumbre de ir contra la rutina ya aprendida y aprehendida -, aún sigo creyendo en mis recuerdos, malos o buenos, aún sigo queriendo desechar la idea que la desmemoria es lo mejor para vivir, aunque la realidad me brinde los argumentos necesarios para considerarla una posición razonable ante ciertos recuerdos.

El mecanismo de seguridad contra lo dañino empieza a moverse siempre que alguna infección – o afección – está atentando contra nosotros. Particularmente me cuesta creer que podamos ser capaces de dejar en el baúl del olvido nuestros recuerdos. O más aún, de destruirlos y confinarlos en lo más profundo de nuestra mente para no volver a evocarlos jamás. Creo, tal cual tratamiento hipnótico, que lo que hemos vivido alguna vez siempre queda impregnado como un código en nosotros, esperando ser evocado, esperando un estímulo para salir, otra vez. Y más los momentos malos, los que nos hicieron sufrir, llorar.

He guardado - no olvidado-, muchos momentos difíciles y aunque me gustaría a veces pulsar SUPR o DELETE, sé que no es del todo tan simple. Leía no hace mucho en El Comercio, una publicación que apoyaba justo la tesis contraria, y que decía que ante algunos hechos traumáticos, el cerebro podría manipular los recuerdos hasta suprimirlos. La desmemoria. Creo que es posible, a pesar de todo, a veces he tratado de ponerme de acuerdo si tal o cual hecho fue de tal manera o de otra. Específicamente en cierta parte de mi vida hace años, un accidente del destino, muchas horas que las pasé por segundos, muchos kilómetros que creí solo metros, muchas promesas que fueron solo eso, promesas. Un mundo que hice con muchos colores, cuando todavía sabía pintar, un espacio que tenía un horizonte, pero que luego ya no pude saber si vivía de cabeza o de pie.

La noche sin luna ni estrellas, sin saber si siempre fue silenciosa y solitaria, o si alguna vez debí haber emprendido el camino entre tanta penumbra sin escuchar a las voces que me decían que no era una buena idea.

Lo intenté. Y no me arrepiento.

Hoy las recuerdo, a todas esas voces, sí. Y les agradezco. Pero luego de ya mucho tiempo puedo servirme de todo lo que aprendí al caminar y más de cuando tropecé. Y estar solo es algo de eso, tanto que hoy ya no sé si en realidad estuve solo desde un inicio. Aprendí a interiorizar; a buscar en mí y crear; elegir el color del cielo y no imponer que sea bello; no depender y seguir. No es algo que se alcanza en poco tiempo y que no se confunda con ir tras de la felicidad. Interiorizar para sacar alegría no es muy común y no lo hago, creo que ese es un sentimiento más espontáneo, más puro y por lo tanto más volátil. Prefiero interiorizar para hacerme gris y vivir con sentimientos que chocan entre sí, que me ayudan a ser invierno, a ser llovizna y neblina, para buscar cobijo en unas letras, sin poesía, pero letras al fin.

1 comentario:

Sol dijo...

Qué bonito este post, me ha gustado, lo siento íntimo y sincero, como que te has querido desnudar un poco escribiendo estas palabras, que no tienen que ser poesía para ser bellas y precisas.
Me gustó.

Un abrazo.