miércoles, 23 de julio de 2008

The Dark Knight


Las últimas películas que he visto (a parte de Kun Fu Panda) en el cine han sido de personajes de comics. Coincidentemente de los que de niño más me gustaban por las historietas que mamá me compraba como incentivo para aprender a leer mejor. Quedé impresionado con “Iron Man”, que siendo la primera versión para la pantalla grande, me pareció difícil de superar por su trama entretenida, de acción, suspenso, con buenas dosis de comicidad y acondicionada al mundo actual, donde un Anthony Stark es interpretado excelentemente por Robert Downye Jr. y tiene negocios con medio oriente —al inicio de la misma, diferenciándose de la historia original donde va a Vietnam—, que utiliza tecnología de última generación, además de un Audi, entre otros detalles. Pero doy en la cuenta que fue muy prematuro pensar de esa manera, fui al cine a ver “Batman: The Dark Knight”, y la historia cambió.

Recuerdo que las anteriores versiones del “Caballero de la Noche” fueron muy malas —y que casi no puedo recordarlas por un aburrido Dr. Frío o un Robín sin gracia entre otros personajes más cercanos a un circo que al cómic—, a no ser por la de 1989 de Tim Burton y con un “Guasón” interpretado por el genial Jack Nicholson, más que destacable. La fiebre que despertó en la gente de esos años y en un niñito de algo de 6 años, todavía puedo sentirla. Las tiendas eran adornadas con la “batiseñal” de color negra y amarilla. El Batman totalmente oscuro y su auto alargado y del mismo color era portada de todo anuncio. Yo moría por un muñeco de esos que vendían en las tiendas (tipo Monterrey, lo que hoy sería un Plaza Vea o un Wong, si no me equivoco), y al final lo tuve —era mi personaje favorito— en mis manos con su larga capa negra y el símbolo inconfundible del murciélago encerrado en un óvalo amarillo. Increíble, no podía pedir más.

Tuvimos que esperar hasta estos días para que el gusto por una película se combinara con el suspenso, el miedo, la inquietud, la confrontación entre la realidad actual de los valores morales, la visión de la maldad, la oscuridad, la misma humanidad de un héroe que sufre, se desgasta, se aflije, se desubica, hasta se desconoce, se quiebra con el juego psicológico del villano. Y nos arrastrara al mismo tiempo, nos impactara en masa.

No voy a hacer el típico ejercicio de comparación —salvo el comentario que hice sobre las versiones no memorables—, no diré que el “Guasón” de Ledger es mejor que el de Nicholson y que se merece un Oscar póstumo (si los hay), o que Christian Bale la hace mejor que Michael Keaton, o que Chistopher Nolan es el mejor director, eso se lo dejo a los analistas y críticos de cine. Solo me quedo con las sensaciones que me impregnó esta película que estoy seguro se impondrá en nuestros recuerdos como una de las mejores que hemos visto. El trabajo de Heath Ledger es impresionante, el Guasón es capaz de llevarte a experimentar el miedo en plena sala de cine. Te hace pensar en un psicópata que busca el mal sin importarle el dinero, y cuando te das cuenta es la maldad en sí misma. La película en sí ya hace cuestionamiento sobre el bien y el mal, el paso de un lado hacia otro, como le toca al fiscal Harvey Dent, quien queda convertido en “Doble cara”. Es muy sentida la parte sobre la resignación del comisionado Gordon ante la única salida que tiene Ciudad Gótica para no sucumbir ante el mal: Dejar que Batman cargue con las muertes del desquiciado Dent. Y hay mucho más.

En fin, no diré más, hay que ir a verla y repetirla. Y si es en el cine mucho mejor. Se aprecia bien la trama y la atmósfera que crea conforme avanza atrapa a todos los espectadores que terminamos dentro de la oscuridad de los hechos y de la psiquis de los personajes.




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