viernes, 12 de setiembre de 2008

La verdad de mi mentira



Yo creo que te han roto el corazón alguna vez y te has quedado así —dice Perni, a quién le he soltado muchas interrogantes como de golpe, esperando respuestas que me lleven a una historia para contar y que fuesen como si vinieran de otras chicas que se conviertan en mis protagonistas.

—No, no. O muy aparte quizá, no lo he pensado de esa manera. Los tiempos son otros y trato de no mezclar las ideas. Eso de romperme el corazón me ha pasado, me han golpeado y sin querer también lo he hecho. Pero lo he superado, mejor de lo que esperé en ese momento. —Le contesto al instante, no dejándole tiempo para que siga entrando en un terreno difícil de explicar en poco tiempo.

Sí, pero eso fue el inicio —me replica igual de veloz.

—Sí, así es. Pagué un precio por el piso que había obtenido. Luego todo es evolución, a un lado bueno o a uno malo. Hay que saber diferenciar y no dejarse influenciar. Y eso me ha llevado a descubrir demasiadas cosas que aunque ahora ya son repetidas en diferentes personas, no dejan de sorprenderme.

Y acerté porque eso me pasó a mí también. Desde esa vez no soy la flaca que era antes ni nada por el estilo. —Se sincera conmigo y aunque lo intuía, escucharlo de ella misma le da un valor adicional.

—Algunas situaciones te llevan a aprender muy de golpe muchas cosas, a descubrir y sorprenderte. A cerrar desear los ojos muy fuerte como pretendiendo que tu cerebro de la vuelta y no te haga recordar que hay cosas que nunca cambiarán. Que existen personas que no son nada de lo que sus caritas con sonrisas angelicales muestran al mirarte. Por eso mis preguntas. Solo convérsame, así me ayudarás a escribir mi relato.

No sé cómo ayudarte, nunca he sido buena para los relatos. Si tengo que responder a las preguntas para ayudarte, solo intentaría hacerlo, sabes que la verdad no es la que solo una persona te puede dar.

—Lo sé. No te preocupes, la diversidad no es un problema, hasta he tenido que cortar a algunos personajes. Pero déjame contarte cómo irá esta ficción. Puedes cortarme cuando convengas, la idea es que me ayudes a tenerla, a centrarla. En serio, necesito una voz femenina en mi mente, es el otro lado del relato que lo puede hacer más real. Solo escúchame, no pido nada más.

No estará mi nombre en él, ¿no? Me lo tienes que prometer. —Me insiste y no se lo puedo negar, a pesar de ser solo una historia en la cual ella no es un personaje, sabemos lo común que suelen ser los enredos entre chicos y chicas de nuestra edad y que nuestros ojos quizá ya han visto cosas similares y hasta peores, pero no quisiéramos titular como nuestras.

—He entrelazado historias, eran cuatro chicas, pero te las resumiré en dos. Que tienen cosas en común, a las cuales las une algo uno en especial, aun más profundo que ciertas características físicas o geográficas o sentimentales: un vicio.

¿Drogas? Te conté lo de la marihuana. ¿Va por ahí? No imaginé que se trataba también de un problema de adicción. Son difíciles en una relación si solo uno de los dos las consume.

—No son hierbas ni fármacos. Se trata de las mentiras. Ese es el vicio.

¡El engaño! Ya siento que se me hace un nudo en el estómago… Ahora sí quiero saber más, me has hecho imaginar, en un momento pensé que eran drogas y no…

—Y resulta igual de alucinante. En mi relato quiero que la mentira sea como el agua que se necesita para vivir y fluye sin control, que todos buscan utilizarla a su manera y según su conveniencia porque justo tiene esa característica vital, es indispensable. Es como mirar las opciones y encontrar una sola vía. Cuento sucesos de un fin de semana normal, de dos chicas unos años menores que nosotros y un chico. Y veremos quién miente más, o por qué, o quizá no se sepa nunca, no lo sé… Porque los hombres mentimos ¿no? En nuestro caso, dentro de una relación sentimental, mentir es algo que se considera “normal”. ¿Pero “qué” tan cierto es eso? ¿Solo nosotros mentimos? ¿Qué pasa cuando ustedes entran al juego? ¿En algún momento la mentira se justifica?



Continuará...





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