jueves, 15 de enero de 2009

Buenos Veranos: Pacasmayo

Pacasmayo me invita el sol, la arena, el mar inmenso. Las chicas lindas con bronceador en el cuerpo y sus atractivos bikinis de distintos colores. Me da el cielo con gaviotas y el horizonte con pelícanos y lanchitas cruzándolo de vez en vez.

Al llegar Diciembre decidí darme un descanso en cuanto a escribir en mi blog, pero confieso, mi mente no pudo tomar estas cortas “vacaciones” como deben ser, pues seguí ideando sobre algún post que quería colgar y debatiendo si debía hacer alguno por Navidad o por el fin de año. Las fechas de fiestas me ayudaron a pasar el tiempo sin acercarme a escribir, y no es para menos. El bullicio incesante de la familia llegando a la casa y juntándose para conversar —y “gritar hablando”, todos a la vez en algunos momentos casi interminables— hicieron que desistiera cada vez que estaba cerca de correr a la computadora. Elegí continuar de “vacas” y en vez de eso corrí a la playa. “Como antes y como siempre”, me dije. Las mejores fechas de sol, para aprovecharlas frente al mar, algunos con botellitas de agua, de gaseosa y otros con cervecitas y largas conversas.

Pacasmayo ha sido (aún es) un lugar especial. Lo es para mí y algo pequeño ya he relatado en mi post “Buenos Veranos” del año pasado, porque con todo lo que he vivido en esta ciudad tendría para hacer muchas partes con los recuerdos y sentimientos que me despierta la brisa en la cara. Y hoy que hago memoria, no puedo dejar de extrañar todas esas semanas luego de acabar la escuela que literalmente fugábamos de Chepén y pasábamos los veranos en la playa. Y no sé como alguna vez dejamos de hacerlo, un error, una infelicidad tremenda aquello, que con el tiempo reemplazáramos un verano de libertad y aire puro en la playa por otro en Lima.



No quiero excusarme —pero si quejarme— relatando esos hechos, por lo que sigo haciendo como cuando chiquillo, pero cada vez que llega Diciembre pienso en las fiestas y en volver al Malecón Grau y no en otra cosa. La playa se pone linda por esas fechas. Y bajo desde la casa de mi tía en la Dos de Mayo, pasando por el “Rayo” hacia la plaza —aquella pequeñita donde en las tardes cazábamos “brujitos” (pequeñas libélulas) de colores—, sin sandalias, quemándome las plantas de los pies, esperando tocar la arena, como hace años atrás.



Al momento de llegar al Malecón, a la misma hermosa vista que da hacia el mar, y ver a tantos niños jugando en la arena, ya negritos de tantos días bajo el sol que ningún bloqueador solar puede controlar, puedo recordarme en ellos. A mí, a mi hermano y a mis primos, también corriendo y entrando al mar luego de jugar con una pelota o sin ella; haciendo castillos de arena con lagos en el frente; ir hasta el faro o hasta el muelle sin descansar y estar llenos de arena hasta en los ojos. También encontrando amigos de verano que se unían al grupo, también intentando correr olas en una “More” (tabla corta), o tirándonos al tubo que forma la ola, como estando sobre una. Esperando a la mejor ola, nadando fuerte para que no nos gane y poder montarla ¡qué mejor si te lleva hasta la orilla! Y estando siempre alerta, si no quieres tomar algunos litros de agua salada por no ver que la que se te venía encima.



Las personas que alguna vez hemos tenido en la piel estos placeres de la vida en provincia sabemos lo que valen y lo que significan en nuestra historia. Sabemos que por alguna razón mágica, tal cual encantamiento, volveremos siempre que podamos. Y estaremos pensando en retornar, estemos donde estemos.


No cambiaría por nada mis días en Pacasmayo —los que pasé cuando niño, cuando joven y los que puedo seguir pasando—, y si pudiera pediría multiplicarlos en el verano. Volver mil veces a esa linda rutina de desayunar para ir a la playa, regresar a almorzar para otra vez ir a la playa; sin un lunes, un martes o domingo, sin un se acabó tienes que ir a la escuela, sin un motivo especial, solo divertirse y vivir.

Pacasmayo en verano siempre invita.


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