miércoles, 13 de enero de 2010

Escribiendo para el Abuelo

Hoy (técnicamente ayer porque ya es madrugada) ha sido un día difícil, de esos que no se esperan, de esos que se quisieran lejos, borrados de cualquier calendario o agenda. La primera semana de este año 2010 la pasé en un régimen casi carcelario de estar tirado en la cama y comiendo galletas de soda con agua o alguna sopa de dieta, debido a un jodido virus o a una infección estomacal. Me trató mal el arranque, pero como dicen, hay que retroceder un paso para avanzar dos, a veces. El problema es que al dar el saltito hacia atrás para tomar el impulso también descuidé algunos compromisos laborales. Y hoy me pasaron factura, como rompí todo planeamiento me rompieron el oído con llamadas al celular y no hay opciones, responder y trabajar.

Pero lo más inquietante pasaba por el lado creativo. “Hazte una notita, un escrito sobre el abuelo para ponerlo en las tarjetas de invitación por su centenario”, escuche con la cabeza repartida en varias partes. Sé que muchos piensan que cuando se escribe se puede hacer el momento que se quiera y tal cual oficina, también se puede tener un horario fijo. De ocho a ocho. No me pasa, cuando algo viene a mi mente puedo estar bajo el agua nadando o bajo el agua duchándome, es así. Y no quiero que lo que escriba, así sea pequeño sean solo letras escritas como para in informe. Tienen que tener una lágrima, una sonrisa, quizá.

Entonces el día siguió igual de cansado y caluroso y a pesar que he escrito varias veces para el abuelo —para mi abuelo materno— me resultaba difícil. Hoy me preguntaron si tenía alguna influencia en lo que escribo —“porque debo tenerla”— y de donde provenía mi inspiración. Les cuento, él, sin ser escritor, conforma la mayor parte de mi inspiración, de mis recuerdos, de mis pasos, de mis letras. Son casi cien años de historias y de los cuales formo parte. Algo incalculable para valorar y para agradecer a la vida.


Entonces estoy aquí y dije:

Piensa, siente, recuerda; ve hacía atrás cuando eras niño; regresa, detente, vuelve a cerrar los ojos; escucha una linda canción. Que las letras que dibujes sean poquitas, porque no alcanzarán todas las que quiero poner, pero que sean mías y también de alguna persona en este mundo que haya conocido a esta extraordinaria persona ya centenaria y legendaria, a mi abuelo JUAN LEÓN MEZA.

Porque si cada uno se mentaliza en alguno de sus recuerdos encontrará un poquito siquiera de esto. Podrá sentir esa mano hábil y artista que pintaba lienzos, lo cual me apena decir, no logré aprender porque era muy niño cuando me quiso enseñar. Escuchará esa voz, casi militar, que aun con esos cien años encima sigue siendo firme. Que muchas veces surgió como voz de la conciencia para elegir el buen camino. Y también en ocurrencias para alegrarnos el día más gris. Esos caramelos y galletas que me ayudaron a pasar los días difíciles en la universidad, el desprendimiento total de una persona que nunca me dijo “quédate”, sino que me alentó a ir tras mis sueños. Otros tendrán sus años como profesor de Educación Física, como de los que ya no existen. Tantas cosas de este maestro, tantos secretos de vida nos ha regalado, muchos que iremos descubriendo conforme pasen nuestros años, que difícilmente serán cien.

No pude cumplir exactamente con la nota para la invitación, al final salió algo distinto, porque escribir para mí es así, no se sabe que puede nacer de algo. Que cada quien siga la composición, que entren en ella y la tomen como suya. Todos tenemos una historia con el Papá Juan y nunca olvidaremos a Mamá Angélica, es el cuadro completo. Confieso que estoy llorando, y sé bien por qué.

Papá Juan:
Estás hecho con una madera de las que ya no hay. Me das tu mano cada vez que quiero fuerza y la siento como siempre cálida y generosa, deseo que me guíe y me enseñe a pintar eternamente cuadros con los paisajes de mis ilusiones. Escucho tu voz fuerte y clara aun estando muy lejos, en consejos y en bromas que de mi mente no se irán jamás. Veo tu sonrisa gigante en la oscuridad y me siento tan feliz, que confundo el tiempo y no sé si todavía soy un niño a quien nunca negaste un dulce. Y si aprendí a caminar y algo de la vida, tu maestría estuvo aquí. Agradezco a Dios el privilegio de compartir algunos de tus años. Algunos de los cien que has sabido vivir con alegría…”


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