Entonces estoy aquí y dije:
Piensa, siente, recuerda; ve hacía atrás cuando eras niño; regresa, detente, vuelve a cerrar los ojos; escucha una linda canción. Que las letras que dibujes sean poquitas, porque no alcanzarán todas las que quiero poner, pero que sean mías y también de alguna persona en este mundo que haya conocido a esta extraordinaria persona ya centenaria y legendaria, a mi abuelo JUAN LEÓN MEZA.
Porque si cada uno se mentaliza en alguno de sus recuerdos encontrará un poquito siquiera de esto. Podrá sentir esa mano hábil y artista que pintaba lienzos, lo cual me apena decir, no logré aprender porque era muy niño cuando me quiso enseñar. Escuchará esa voz, casi militar, que aun con esos cien años encima sigue siendo firme. Que muchas veces surgió como voz de la conciencia para elegir el buen camino. Y también en ocurrencias para alegrarnos el día más gris. Esos caramelos y galletas que me ayudaron a pasar los días difíciles en la universidad, el desprendimiento total de una persona que nunca me dijo “quédate”, sino que me alentó a ir tras mis sueños. Otros tendrán sus años como profesor de Educación Física, como de los que ya no existen. Tantas cosas de este maestro, tantos secretos de vida nos ha regalado, muchos que iremos descubriendo conforme pasen nuestros años, que difícilmente serán cien.
No pude cumplir exactamente con la nota para la invitación, al final salió algo distinto, porque escribir para mí es así, no se sabe que puede nacer de algo. Que cada quien siga la composición, que entren en ella y la tomen como suya. Todos tenemos una historia con el Papá Juan y nunca olvidaremos a Mamá Angélica, es el cuadro completo. Confieso que estoy llorando, y sé bien por qué.
Papá Juan:
“Estás hecho con una madera de las que ya no hay. Me das tu mano cada vez que quiero fuerza y la siento como siempre cálida y generosa, deseo que me guíe y me enseñe a pintar eternamente cuadros con los paisajes de mis ilusiones. Escucho tu voz fuerte y clara aun estando muy lejos, en consejos y en bromas que de mi mente no se irán jamás. Veo tu sonrisa gigante en la oscuridad y me siento tan feliz, que confundo el tiempo y no sé si todavía soy un niño a quien nunca negaste un dulce. Y si aprendí a caminar y algo de la vida, tu maestría estuvo aquí. Agradezco a Dios el privilegio de compartir algunos de tus años. Algunos de los cien que has sabido vivir con alegría…”
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