jueves, 4 de febrero de 2010

Pintando revoluciones


Hace unos días atrás se iniciaron unos trabajos necesarios en la casa que, como cualquier persona, pedía unos arreglos para verse mejor. Se vienen los 100 años del abuelo y tiempo ha pasado sin que se renueve la pintura. En momentos así, festivos y de centenario, todo se desea presentable, debe serlo, se quiere que los colores digan que seguimos vivos y más aun, contentos.


Pero para conseguirlo, en ese proceso laborioso en verdad, el pintor tiene que disponer prácticamente de la casa entera, teniendo potestad absoluta para quitar, para mover, para colocar una cosa sobre otra, hasta dejar todo hecho un desastre. Debo reconocer y repetir que, el trabajo es arduo, ya la vista final te hace olvidar esos previos, pero lo he vivido en carne propia, recuerdo que una vez, hace algunos años, me encargaron pintar un cuarto pequeño de la casa y la vi fácil. Error grave, terminé todo pintado, sucio, oliendo a corrosivo y esmalte por varios días, además de agotado y sin un resultado satisfactorio, renuncié a seguir con el favor que consistía en más espacios por pintar.


Entonces al inicio, luego de haber decidido pintar la casa, todas las cosas se salen del lugar donde las sabemos ubicar, no encontramos lo que necesitamos a la primera, pregunto por algo y nadie da razón — ¿señor pintor vio donde quedó mi taza para desayunar?—, hasta caminar se hace difícil porque se puede chocar con un balde de corrosivo o la escalera. Estrés.


Cuando se quiere renovar algo primero se pasa por un proceso de desastre interior, ¿no? Cuando se siente que se debe cambiar, instintivamente se inicia rompiendo lo que se da por inútil, por excesivo o dañino, se van lijando y raspando las capas de las anteriores pinturas para poder poner la nueva. Se quita lo inservible y pasado. ¿Te das cuenta que a veces tratas de solo maquillar algo, de pintarlo pero sin sacar la capa anterior? ¿Queda bien el trabajo luego? Creo que no es lo mismo. Resanar es una cosa y renovar otra. Pero decidir hasta qué punto se harán los cambios es el tema, un riesgo porque no se sabe si al final se eligieron bien los matices que se llevarán en el futuro.


Ahora mismo la casa es una revolución amarilla, lo digo por el color elegido. Una revolución que intenta cambiar, dar otra cara a la casa. En algunos sitios ya el trabajo está terminado y se nota el cambio, algo más fresco, nuevo. No se quiere ni tocar las paredes para no mancharlas.


El estrés irá pasando a medida que la pintura vaya secando, con ella nuevos colores quedarán y eso ayudará a la intención de vitalidad. Así pasa cuando nos decidimos a cambiar los colores de nuestros paisajes diarios, ¿no? Toda una revolución, no amarilla quizá.

2 comentarios:

M. dijo...

me gustó mucho el post :)

Carlos Enrique dijo...

Gracias, qué bueno que te haya gustado...

Saludos!