domingo, 15 de agosto de 2010

Vía incompleta, voz apagada

Mientras iba por la vía trazada en el mapa, ella regresaba por la ruta que parecía ser la mía. Se le veía bien bajo el sol, su figura aparecía iluminada entre el paisaje; caminaba segura, tranquila, sin cansancio. Hacía parecer que la cuesta no era tan empinada, que no estaba tan difícil de recorrer.


Estando solo a unos metros y acercándose cada vez más pude verla a la cara; había algo mágico en ella, indescifrable en muy pocos segundos. Me gustaron sus ojos que brillaban y se hacían más claritos al sol. Sus labios sonrieron, rosados, alegres, misteriosos. Tal vez diciendo ‘ya me verás al regreso’, si es que el cansancio no es tan grande, o el estado físico no falla, o... Si ella estuviese queriendo eso.



Mientras seguía caminando del lado contrario, volteando de vez en cuando para verla, pensaba e imaginaba ¿cómo era su voz? Tal vez era una chica que tenía todo completo, o al menos lo necesario, que vivía sin penas y sin glorias, solo subsistiendo al sol, a la luna, al frío pero sin cansancio, sin dejar de sonreírle al mundo, no solo a un extraño que ve al pasar. Una chica que caminaba para llegar a su destino sin hacer de los sueños un recuerdo para repetirlos en la mente todo el día, donde pudiesen existir varios escenarios como en las novelas.



Tan solo unos segundos parecían horas. Todavía la podía distinguir cuando volteaba a verla, me había grabado su silueta en la mente. Empecé a preguntarme si la volvería a ver, si ella querría encontrarse conmigo otra vez en algún camino como este, pero ojalá en la misma dirección. Pero por sobretodo, trataba de olvidar que los viejos siempre repiten frases como ‘que la misma agua no corre por el mismo río todas las veces’, o algo así. El destino es impredecible, es molesto, es insoportablemente extraño y contradictorio la mayor parte de las veces y si esa frase era infalible lo prefería contradictorio, por lo menos me daría una esperanza.

A cada minuto la angustia crecía; quería verla, deseaba que me mirase otra vez, pero sabía que el tiempo corría sin esperar nada y que los pasos que habíamos dado iban dejando marcas sobre las huellas ya hechas en el camino. Íbamos por rutas contrarias, por eso habíamos podido cruzar miradas y sonrisas tímidas. Al menos la mía lo fue.



Mientras me alejaba y el sol iba cayendo, su rostro se iba escondiendo cada vez más en mis recuerdos. Pensaba que en algún momento olvidaría por completo como era su sonrisa y lamentaría no haber tenido voz, no haber volteado para pronunciar algún saludo, tonto o no, pero saludo que hiciera que se detenga.


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