martes, 19 de junio de 2012

Otra, otra, otra vez...


Un tipo blanco, de tamaño normal, gordo, calvo y con barbas canas, de aspecto urbano sedentario, sonríe haciendo bromas en el restaurante. Su hijo pequeño juega en aquellas  cárceles "aquieta muchachos" con paredes de mallas, escaleras y piscinas repletas de bolas de colores. —Es tan atrevido y ágil como el padre—, repite orgulloso hasta que le advierten que el intrépido niño ha subido hasta donde no debería.

 —Ya no puede bajar, ahora mismo voy… Eh, vieja, ¿puedes ayudarme?   —Dice en tono más bajito para pedirle ayuda a su esposa, mucho más joven, lo que desata las bromas y risas de sus demás acompañantes.

Todos nos atrevemos alguna vez a llegar a donde se supone no deberíamos, pero ¡qué aburrido sería no intentarlo aunque sea una vez así nos golpeemos duro!

 —Ven hijo, sígueme, sí puedes bajar, solo inténtalo despacio…  —Y el niño va siguiendo a su mamá ante la atenta mirada del hombre gordito bonachón pero que no tiene fachas de que ni a la edad de su hijo haya subido a un carrito de carrusel.

 —Yo iba a ir sólo que ella se me adelantó —Dice como queriendo apaciguar las burlas. “Pues ahora puedes demostrarlo, tu hijo volvió a subir”, se escucha en una de las voces. El niño va otra vez, sin miedo no hay experiencia. Sin intento no hay momentos.


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