lunes, 8 de octubre de 2012

Bajo la superficie



Me gusta la natación y la prefiero en una piscina, a la playa la guardo para algo diferente. Nado porque mamá insistió en que entre a una piscina cuando aún era niño y aunque no me gustaba porque era aceptar que mis vacaciones las pasara despertándome temprano para estar en agua fría. Nado porque descubrí que es un momento en el cual puedo estar conmigo mismo y sabiendo que cuando se va creciendo (envejeciendo, dirían algunos) se reducen estos tiempos por hacer mil cosas para vivir, así suene a sarcasmo. Me gusta nadar porque cuando voy avanzando metro a metro solo soy yo, el agua, el sol y mis pensamientos arremolinados. Porque en esos momentos ni siquiera podría escuchar a alguien así intentara hablarme desde la orilla de la piscina. A veces solo son algunos cientos de metros, otras veces algunos pocos kilómetros, pero son momentos míos. Mi cuerpo sumergido en otro espacio de diferente volumen y mi mente que puede ir a otra dimensión sin controles sociales. Nado porque soy egoísta, porque es un deporte de uno la mayor parte de las veces y la mejor de estas. Nado porque me gusta saber que mi corazón late a un ritmo impuesto por mí y nadie más, me gusta saber que soy libre y que lo que piense no será descubierto por nadie bajo el agua, así no tenga pensamientos nocivos para la sociedad, tal vez sí extraños como los de hacer una vida mejor. Bajo la superficie no puedo hablar y no me pueden decir nada, no hay palabras y a veces es mejor estar sin ellas, aunque sea por poco tiempo. Nado porque me ayuda siempre a despejarme, a tener imágenes en la mente mientras voy surcando el agua. Me gusta porque no existen olores ni fragancias que me desconcierten, que me atraigan o que me divorcien de algún sentimiento. Bajo el agua solo hay ese azul mezclado con rayos de sol o las ondas del viento que danzan, que van haciendo un solo paisaje con las cientos de burbujas que acompañan mi trayecto. Me gusta porque a pesar de estar libre,  el estar bajo el agua supone tener reglas que dictan que tengo límites. Me recuerdan que no he nacido como un ser acuático, que siempre necesitaré lo mismo que todos, volver por oxígeno a la superficie.

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