viernes, 6 de julio de 2007

Mis maestros

Hoy es 6 de Julio y es el "Día del Maestro". Amanecí pensando en mandar unos correos a mis profesores muchos han sido buenos referentes desde los inicios de mi educación, a mi prima, que hoy es una “teacher”, una verdadera “miss” y que se encargó de poner en mi agenda el recordatorio me saludarás en mi día ¿No primito? Al menos un mensajito—, y de seguro antes de terminar el día encontrarán en sus bandejas mis saludos. He dejado de lado, por un momento, mis documentos y tareas de oficina aún inconclusos para recordar a esas personas que cuando niños vemos de abajo hacia arriba con admiración, con respeto, a muchos de ellos con estimación y a otros que con el pasar de los años reconocemos como actores fundamentales en la formación de nuestra conducta y con quienes quizá en algún momento fuimos injustos y los bombardeamos con apelativos, bromas pesadas o diversos calificativos. A quienes a veces temíamos con tan sólo escuchar su voz ¡A ver alumno, a la pizarra!—, pero que a la vez tantas veces llegan de casa afligidos por sus problemas y escasos recursos, pero que igual tienen que dar la mejor cara, dejando sus líos, sus deudas y quejas en el portón de la escuela. En el aula deben ser el ejemplo, al concluir el día son el señor o la señora, el amigo o amiga, los papás, los abuelos…


Mi primera profesora, se llama Blanca. La recuerdo bien, así no la vea ya hace muchos años y no sepa nada del aula “Celeste”. Mucha paciencia, prudencia y cariño. Cuando nos cruzábamos en la calle, se paraba a saludarme, me tocaba la cabeza y sonreía ¡Mi Carlitos! decía, no era raro sentir una sensación de calorcito, de cercanía con su presencia. Desbordaba amor. Además de sus niños de la escuelita inicial tenía varios más los verdaderos hijos en casa. ¡Qué difícil debe ser criar a tantos con las mismas ganas y con tan poco tiempo y salario!


De la primaria recuerdo a dos profesores excepcionales, esposos y directores de la escuela donde inicié mis estudios: Don Virgilio y Doña Marina. Sin temor a equivocarme puedo decir que significan un antes y un después en la educación de las ciudades donde viví en esos años. Son un punto de quiebre en este tema y ya creo que no sólo para mí, sino para muchas personas que los conocieron. A doña Marina la recuerdo siempre elegante, con una prestancia única. Se la podía reconocer desde muy lejos y en una ciudad pequeña las personas notables se alzan sobre todos, no sólo por su físico, en especial resaltan por su “ángel”. Ella tenía esa esencia, era especial y muy entregada a sus hijos y trabajo. Yo era pequeño, recién iniciaba mi vida en la primaria y un día falleció. Hasta hoy tengo en la memoria aquellos momentos grises, estuve en el velatorio, pedí estar. En esa noche oscura en la escuela, el salón de primer grado fue acondicionado para darle el último adiós. 
Don Virgilio, a quien lo relaciono con la palabra “disciplina”, era imponente, sé que cuando somos todavía niños vemos a las personas mayores grandes en todo aspecto, pero a él su personalidad y su voz lo hacía enorme. Había sido alcalde más de tres veces consecutivas (Si estoy en lo correcto) de la provincia de San Pedro de Lloc, de dónde volvía cada mañana al amanecer hacia su escuela en Chepén y todavía era autoridad en esos años difíciles del país cuando unos terroristas haciéndose pasar por padres de familia entraron una mañana a la escuela, pidieron audiencia para matrícula y lo asesinaron a sangre fría en la Dirección. Justo en el momento en que casi todos los alumnos estaban en el patio a unos escasos metros menos yo, pues me había retrasado y no llegué temprano, por alguna razón casi premonitoria y ese día casi imploro por faltar a la escuela, haciendo la formación reglamentaria. Nunca volvimos a escuchar su voz vibrante y enérgica; nunca más estuvimos tan tranquilos y derechitos, no pudimos; ya no hubo quien cante el himno nacional tan fuerte y con el alma ni quién nos revisara que el uniforme estuviese correcto, que el cabello esté bien recortado y peinado, las uñas limpias. Fue el final en esa mañana triste y fría. Unas detonaciones, desconcierto total, enemigos cobardes corriendo y escapando de alumnos indefensos que lloraban. 


Del colegio tengo muchos recuerdos y estoy agradecido de muchos maestros. Ser adolescente es difícil, pero más aún lo debe ser para la persona que tiene que convivir contigo la mayor parte del día y a quien tus hormonas tratan de la manera que se les antoje. A todos les agradezco y quedaré corto mencionando por ejemplo al profesor Serafín con su tranquilidad y cariño, realmente memorables. Su ingenio para los proyectos de laboratorio, siempre llegando pacífico sin mostrar el cansancio por nuestras carencias de memoria para los elementos químicos. A la profesora Judith, a quien le debo más de las palabras que aquí escribo, más sinónimos y antónimos que los que mi pequeño y viejo diccionario tienen, y bueno, me alegro de no haberle pagado con mi cabeza los coscorrones por mis “palomilladas”, y que hoy ya no me las quiera cobrar. A la profesora María Emilia, su confianza en mí, su pasión por la enseñanza y el incentivo al patriotismo, y a su esposo Don Edmundo, su comprensión, su saludo sincero, afectuoso. 
La secundaria pasó rápido, tanto como la transición de niño a joven y no miento al decir que alguna vez deseé salir lo más pronto del colegio, pero cuando estuve en el estrado para decir adiós no lo pude hacer, las lágrimas cayeron y no fui el mismo que había ganado todo y que dirigía las acciones. Lo difícil no es terminar, lo difícil es empezar y en ese momento lo comprendí, no era culminar los días de colegio, era empezar una nueva etapa donde las decisiones ya no eran sólo como sacar veintes de nota.


Del aprendizaje fuera de las aulas también tengo muchos recuerdos en cuanto a maestros. A corta edad mi mamá tuvo a bien que aprendiera a nadar y eso se lo agradecería mucho tiempo después luego de varios sustos en el mar o por mis momentos de refugio en una piscina. En esas épocas, que todavía siento en la piel, las clases eran antes de las ocho de la mañana y me levantaba casi sonámbulo para ir en medio de la neblina a meterme en una piscina a temperatura ambiente, o sea, piel de gallina. Ahí conocí al profesor Paoli. Era uno de los profesores, de la por entonces única academia de natación en Chepén. Lo recuerdo gordito, de esas personas por quien uno haría prejuicios antes de verlos en acción, pero muy por el contrario era un delfín en el agua, literalmente. Nunca he podido siquiera copiar su estilo, por más que he practicado, no he logrado emularlo y conseguir lanzarme al agua sin hacer el menor ruido. Lo recuerdo nadando suavemente en la piscina y haciéndome señas con las manos para animarme a seguirlo, a lo cual, casi congelado y primero mirando a mamá como preguntándole “¿lo hago?”, empezaba a  practicar, a aprender lo distinto que es pensar bajo el agua viendo en el fondo de la pileta como el cielo y los colores se mezclan dando la impresión de estar en otra realidad. Todo sin dejar de dar vueltas hasta tener las yemas de los dedos arrugados, siempre tratando de seguirlo, pretender que me vea mejorar, escucharlo decir con una sonrisa que mañana nos veremos y que siempre lo podré hacer mejor ¡Vamos Carlos! ¡Dale, esto no es nada! ¡Preparado! ¡Listo! ¡Ya!. Vuelta olímpica... Los últimos cincuenta metros y terminamos… Por hoy.



En casa tengo, gracias a Dios, a mis verdaderos primeros maestros, los que nunca se irán, los que siempre a pesar de mis negativas, de mis desplantes, mis ideas fuera de lugar — y mis momentos de reflexión en las nubes, de mis malas maneras y poca expresión sentimental para ellos, están en todas las que hago y me hacen. De mis padres no he podido escribir hasta hoy, no puedo representar mediante palabras lo grandes que son, al igual que mis abuelos maternos. Lo estoy intentando. Pero basta con saber que han hecho la mejor enseñanza conmigo y con mi hermano al inculcarnos desde siempre el amor de filial sin haber asistido a una “escuela” para padres, y saber que ya mayores, a pesar de las diferentes personalidades, no nos dejamos de ayudar por nada y esta enseñanza quedará hasta los nietos y más allá. En casa lo importante es apoyarnos y cuando se pueda, estar juntos. En casa no hay peleas, no hay regalos para consentir o para disculpar. En casa hay gestos. Mamá y papá hablan antes de actuar, nos abrazan nos besarían la frente si nos dejáramos; nos dejan libres, siempre nos han dejado decidir. Mamá y papá siempre están juntos, ayudan a quienes pueden y nunca piden nada a cambio, todos los saludan por la calle y quienes no los conocen no demoran ni minutos en sentirse bien en su compañía. Mamá y papá son fantásticos maestros, nunca me dijeron no fumes o no tomes, nunca me dijeron no te drogues, ellos no fuman, no toman y menos se drogan, están felices de tener su espacio, su tiempo y de no depender de “algo”. A nosotros nos dan libertad y no nos gusta para nada “depender” de algo, tenemos buenos ejemplos de lo bien que se vive de esa manera. Tan sencillo como meter la mano en uno de mis bolsillos y encontrar alguna envoltura de golosina y pensar las palabras de mamá La basura no se bota en la calle, guárdala y échala en el tacho al llegar a casa, simple. Es que de eso están hechas las bases de la casa: Detalles, gestos, unidad, mucho cariño, libre. 
Mis abuelos maternos siempre están en toda etapa de mi vida, y aunque mi querida mamá Angélica se haya marchado físicamente, ambos son muy trascendentes para quedar limitados a un tiempo y espacio. Me enseñaron miles de detalles. Y lo mejor de ellos es que quedaron impregnados en mi alma. Cuando alguien me dice que no tengo enemigos, cuando veo a mi alrededor y sólo veo a hermanos antes que compañeros de clases o amigos de barrio o conocidos, personas en quienes confiar y a quienes no los cambiaría por un puñado de monedas o billetes. Cuando en mi cuenta no figura alguien a quien le deba favores o dinero. Cuando estoy tomando el bus y a alguien se le olvida el pasaje para el mismo y saco el sencillo para ofrecerle. Cuando sé las intimidades de una persona y tengo como quedar como el actor principal del día si es que lo digo, pero nunca lo hago. Cuando devuelvo el vuelto demás al bodeguero de la esquina, o digo la verdad si hubo un error a mi favor. Cuando mi casa es refugio para amigos que la necesiten, así sea pequeña. Cuando siempre hay algo que invitar de comer, así tenga menos en mi plato. Cuando camino, cuando corro, cuando hablo, cuando callo, cuando pienso. Papá Juan y Mamá Angélica siempre están aquí. Cuidándome de no caer al piso cuando daba mis primeros pasos, deseándome un buen día al salir al colegio o una muy bonita semana cuando iba a la universidad. Papá Juan es el profesor de Educación Física más antiguo del Departamento, ya hace mucho jubilado, siempre es condecorado y tiene alumnos por todos sitios que al verlo en su tienda lo saludan afectuosamente. Siempre quizo enseñarme a dibujar y a pintar ¡Ojalá hubiese sido él más joven y yo mayor para poner atención! Lo hacía tan bien, nunca le pregunté dónde aprendió, recuerdo sus trazos, sus pinceladas tan perfectas como las que ha dejado en mi alma. Mamá Angélica fue profesora, tal vez de las primeras que hubieron en la ciudad y sus cercanías, de las que enseñaban en las salitas de sus casas. Ella me coge el cabello y me rasca suavemente con sus dedos, no me dice nada, tan sólo lo hace y yo sigo sentado frente al televisor. Me llama despacito –Tráete una "cola" de la tienda me dice casi al oído para disfrutar de una gaseosa helada. En la tienda Papá Juan siempre dice “agarra nomás hijo”, y vuelvo contento con la preciada botella entre mis manos para compartirla... Me canso del programa de la televisión, a mamá Angélica no le gusta mucho verla. La apago y pongo un poco de música Cae, hijo, pónme esa de rock que me gusta. Empieza a sonar “These Days” de Bon Jovi.


Maestro es más que una persona con conocimientos en la escuela, en el colegio o en la universidad. Hoy he tratado de hacerles un pequeño homenaje de recuerdos a mis maestros a quienes ya no veo hace mucho tiempo; no siempre le rezo al que me ve desde el cielo a pesar de ser católico, y no quiero que piensen que los he olvidado. Aquí todos están representados. Por sus valores. Por lo que trasmiten. Por lo que significan. Por las huellas que dejan. Maestro no es sólo la persona que se ensuciaba las manos con el polvo de la tiza o el plumón. El maestro hace la diferencia y llega a serlo porque siente lo que hace, y hace sentir. Maestro es la persona que comparte lo que conoce, lo que ha vivido, sea bueno o malo, para que a sus pupilos les sirva. No recuerdo mucho de la teoría que me dictaron en las aulas, aprendí más de los gestos de esas personas que hicieron de la enseñanza su vida y nos regalaron una parte de ella, sin pedir nada a cambio. Sólo que seas el mejor en todo. Por ti, por tu familia, por tu país.


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