martes, 4 de diciembre de 2007

Códigos -3


Él no puede dar crédito a lo que sus ojos ven, se los limpia como removiendo manchas de un parabrisas empapado en aceite, los estruja violentamente, casi pretende sacarlos. Quisiera no haberle hecho caso a sus sueños, a esas advertencias subliminales y no estar ahí. La tregua era falsa. Sólo había sido un mecanismo más – El peor, el más bajo- para hacerlo retroceder y tener el tiempo necesario - ¡Qué idiota! ¡Maldita seas! No puedo creerlo... - de crear e imaginar ilusiones, de soñar que terminaría todo bien. De construir una escalera tan grande para alcanzar… lo inalcanzable.

Aunque lo cierto es que él hace mucho, muy a sus adentros - y es lo que más lo confunde y lo trae en caída libre- tenía esa equivocada certeza de quien compra ilusionado – o esperanzado -un billete de lotería y espera el resultado sentado con los ojos pegados en los números. Tenía esa misma sensación, que nada era tan complicado, que apenas eran simples visiones erradas de personas que nunca fueron partícipes ni concordantes de la alianza – exageradas y con mala intención -, que por lo tanto no se debía tener tanta confianza en aquellas voces. - ¿Si todo era como en el juego del teléfono malogrado?- Error, inocencia, exceso de escrúpulos.

- El maldito amor - pronuncia levemente con los labios áridos y casi cayendo.

No haber probado bocado desde hace ya muchas horas – quien sabe si ya son días -, y que antes parecía llevarlo a enfermar, a sentirse débil bajo el sol, es lo que contrariamente ahora le ayuda y parece evitarle el vómito. Los mareos son fuertes, náuseas que odia desde siempre y había olvidado desde ya hace muchos años; cierra y abre los ojos intermitentemente como maníaco, intentando cambiar el panorama, no ver a través del parabrisas sucio y borroso, pero tampoco ver tan claro y lo que sucede frente a sus ojos. Recuerda su sonrisa frente a él, pero en ese momento real a quién se la muestra es otra figura, no quiere ver más, son náuseas. Abre los ojos, el precipicio está cada vez más cerca.

La madrugada de ese mismo día él había tenido un sueño, tan extraño e insistente que lo había despertado de golpe y con un sentimiento negro en el alma: Traición.

Tiene presente aquella revelación, la evoca claramente, parece vivirla ahora. Camina en un bosque oscuro, un bosque de árboles de algarrobo. No tiene idea de dónde debía ir, parece estar buscando algo y a la vez escondiéndose para no encontrarlo. El camino está vacío, no hace frío pero su cuerpo está estremecido por alguna causa. De pronto siente algo clavándose en su tobillo, imagina alguna rama con espinas, pero se asusta y da un gran salto al ver una serpiente deslizándose entre sus pies y que rápidamente va hacia el monte y escapa. Se desespera, piensa en todo lo que ha escuchado decir sobre las picaduras y el veneno de éstas. No sabe cuánto tiempo tiene para buscar ayuda antes de sufrir los espasmos mortales, se ennegrece al recordar que en todo el camino no ha visto a nadie y que será difícil salvarse. Por efecto de la sugestión que le da el pánico se siente incapaz hasta de moverse. De pronto la encuentra, o ella lo encuentra. Linda, atrayente, solo de verla sonreír no siente el dolor, no piensa en su tobillo y en los ojos brillantes y aterradores de la serpiente. ¿Qué hace ahí? ¿Es mi salvación?... Ella lo mira, le sonríe, pero es un gesto distinto, no hay alegría, no hay deseo… Lo besa… Le parece eterno… De pronto lo aleja con las manos y se va entre el bosque, por el mismo sendero que dejó la serpiente, como conociendo de memoria su guarida, como si fuesen el mismo ser. No le queda más que el silencio y esa sonrisa distinta e inventada, desconcertante - ¡Judas! – Piensa apretando los dientes.

La guerra le ha hecho saber que siempre tiene que estar despierto, así duerma. Los mensajes llegan en todo momento y por más extraños, enredados y desconcertantes que parezcan, los códigos esperan por ser descifrados. Deben ser tomados en cuenta. Ese mismo sueño es el que lo ha llevado a violar la tregua e ir al territorio que hoy es enemigo.

- Traición, serpiente, un falso beso, abandono, Judas, traición…- No puede pensar en más.

Se levanta. El miedo, el desconcierto, la decepción, la desilusión, la ira, el dolor, el cansancio, todo lo que en ese momento siente irónicamente lo apoyan para caminar y olvidar las náuseas. Apretando los puños y teniendo la mirada fija en la que hoy es su enemiga y a quién nunca siquiera imagino tener como tal; la mujer de los ojos y sonrisa hoy aterradora que tiene su mano extendida y a la que su aliado, negado hasta el cansancio por semanas – o quizá meses- coge y aprieta como pactando. O no, es más… como amando.

Ella lo ve, no piensa en la tregua, sabe que no puede reclamar nada pues también ha faltado al pacto, su rostro que siempre fue tan blanco la delata con un colorido enrojecimiento. No sabe como reaccionar, no puede. Desde atrás su cómplice, más experimentada en esas situaciones trata de reaccionar para que no se desate una batalla en ese mismo momento, lo ve tan distinto, con el rostro tan frío y a la vez duro, como nunca, que se adelanta.

- Hola, estábamos conversando. ¿Por qué no vamos más allá?…- dice con el desparpajo de una mujer que sabe hay problemas graves, conflictos por venir, pero que se siente muy recorrida en esos aspectos como para dejar que su amiga, su aliada de toda la vida, caiga y arruine el nuevo mapa que se empieza a construir.

- Podemos hablar aquí – dice él a secas, con el rostro muy sereno – demasiado - que las deja más perplejas y sin saber ahora qué hacer.
- Ven, quiero conversar contigo, podemos hacer eso. ¿O hay algún problema? – continúa él, muy tranquilo, cambiando a 360º el tono del ambiente.

Ella sin pensarlo mucho se despide de su nuevo aliado, que siendo un actor principal del estallido de la guerra y del distanciamiento y teniendo una poderosa artillería y armada especializada en juegos clandestinos, de corrupción, bajos, y negros, no sabe como enfrentar el momento – quizá nunca supo reaccionar cuando le venía el problema directo en la cara y por eso prefería el trabajo sucio de baja intensidad – y se va sin levantar la cara ni devolver la mirada a su rival.

- Discúlpame, por favor – dice ella desencajada, sin saber cómo empezar la conversación que él no inicia.

Pero él no sabe como reaccionar tampoco, la mezcla se sentimientos a la que ha sido sometido en tan poco tiempo lo ha dejado sin aire para reflexionar, solo tiene la vaga idea que le viene cada vez a la mente y le recuerda que no debe ser violento, que esta guerra no la debe acabar siendo el villano, que la historia no puede contar que fue él quien destruyó. Toma aire y solo la mira a los ojos fijamente, sabe que todo ha llegado al punto sin retorno.

- No hay más que decir. Entendí lo que deseas. Siempre lo quisiste así. No existe el querer menos, no existe el tiempo para pensar, no existe ni existió la tregua. No existe el amor de un solo lado.-

- No, no, no digas eso…- Ella llora, acepta las mentiras, pero está muy confundida, siempre lo estuvo.

- No te vayas, falta poco tiempo, estaremos juntos otra vez…- Sigue ella tratando de retenerlo, olvidando la traición que cometió, obviando que él ha visto y comprobado todo.

- ¡Por favor! ¡No me hagas esto! ¡No lo quiero, nunca lo querré!- Intenta inútilmente.

Él la mira y ya no reconoce a la mujer que amó, ya no es capaz de tocar su rostro y secarle las lágrimas, no puede concederle ese último abrazo, ese último beso.

- Me traicionaste. Sabes lo que puedo hacer cuando veo a los ojos. Eres la única que lo sabe. Y aún así quieres mentirme. Te olvidaste en tan poco tiempo de lo que soy. ¡Ya no sé quién eres, no sé quién soy! – responde luego de estar callado y sin ocultar que también está llorando, que no tiene más ganas de contener todos los días, semanas, meses en los que se ha sentido un mártir por resistir y no ceder. Y no regalar sus lágrimas.

Respira rápidamente y como ahogado, sofocado. No sabe hasta cuando podrá seguir de pie, a ratos casi ha caído, el veneno de la serpiente recorre sus venas y él siente a cada milímetro como su sangre va intoxicándose. Y le duele más que se haya ido sin ayudarlo, que aquel beso haya sido como compadeciéndose, o peor aun, que haya sido con un gesto despectivo, como de traición.

- No te puedo besar. No te puedo abrazar.

Mira a todos lados, y ya no reconoce el territorio, es difícil saber que no volverá.

- No puedo más. Este no es mi lugar. Dame tu mano.

Ella extiende su mano, recibe un papel, y ve como se aleja sin voltear como antes, como siempre lo hizo.





Códigos -III

Sueños que no son
O que no quisiste que fueran
Por miedo o por no herirte.
Sueños que hoy son
Y odio que sean
Por quitarme algo de vida.

Recuerdos que están
En el momento que no esperas
Por no poder controlarlos.
Recuerdos que me castigan
Sin odiar y sin parar
Para no dejarme respirar.

Códigos en el tiempo
Que entiendes pero ocultas
Mintiéndote en el alma.
Códigos que escribo
Y te envío en el viento
Para perdonar y olvidar.

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