sábado, 19 de enero de 2008

En una pequeña banca




La cogió por la cintura como recordando años viejos. Y se retractó casi en el acto, por miedo. Por el pudor que pueda sentir ella. El tiempo no pasa en vano y las personas crecemos y hasta cambiamos. No le quedó otra que meterse las manos al bolsillo, la duda es grande y un desliz similar quizá arruine todo.

Es verano, piensa. Y ya han pasado tantos desde aquella vez. Se sumerge en sus ideas cerrando los ojos y todos se han dado cuenta de esto. La fiesta por unos segundos se ha centrado en él. Ella lo siente frío, otra vez.

Recuerda haberlo visto así antes, ya hace mucho. Al principio le molestaba que se abstrajera del mundo tan rápido y fácil. Había sacado algún tipo de conclusión forzada del problema: Ella. Creía que no era lo suficientemente “grande”, bonita o entretenida para él - nadie sabía nunca lo que a él le gustaba -, que ni siquiera se fijaba en lo linda que se ponía para que la vea, que por eso a las justas conversaban dos minutos, que los recordaría como horas, pero que la dejaría con la misma sensación de ansiedad y ese hormigueo en el estómago. Pero con el tiempo supo que ese trance le ayudaba a estar mejor, a planear y organizar miles de imágenes en su cabeza que luego podría poner en un papel, muchas veces con canciones dedicadas a ella, lo que la tranquilizaba un poco.

“Hoy no necesito a nadie, no esperaré
he soñado despierto y tendido
sobre el campo
con un cielo teñido de naranja,
que sentado frente a ti
nunca dirás que no”…

Él ha pronunciado esas frases con ritmo - intentando silbar -, como una canción, sin importarle la fiesta y que ella ha estado observándolo. Abre los ojos y la mira fijamente. De seguro la intimida, a ella esa forma de mirarla siempre le ha parecido muy intensa, muy profunda. En un sorpresivo arranque la toma de las manos y la saca a la puerta de la casa. La música se escucha menos fuerte ahí y él ya tiene la letra de la canción en la mente.

- Ha sido mucho tiempo, ¿no? Ahora que estamos lejos podemos conversar sólo los dos. Irónico.
- No pensé que pasaría tanto tiempo para encontrarnos. Y estando tan cerca. Tú siempre pasando de viaje y yo sin ir a verte.
- No nos vimos, porque no puedes niña.
- ¿No? ¿Por qué dices eso?
- No hasta hoy. Ya vi en tus ojos.
- ¿Y qué viste en ellos?
- No deberías dejarme ver en ellos ahora, me estoy robando todos tus secretos.

Ella sonríe nerviosa y se hace un poco hacia atrás, lo mira confundida, extrañada y sintiéndose descubierta. Él la toma de las manos, que las ha tenido todo el tiempo escondidas entre sus brazos cruzados, en una postura casi de desconfianza, de temor. No le dice más. La siente muy cerca, como nunca. Se atreve a tomarla de la cintura y coloca sus suaves y pequeñas manos alrededor de su cuello.

Casi no se han dado cuenta y en la fiesta tampoco han advertido de la ausencia, como cómplices del destino, pero han salido tomados de la mano con dirección a la pequeña plaza de la ciudad. No les ha importado la fiesta, ni que ya hayan empezado los carnavales para algunos. No hay miradas extrañas, saben que no será la última vez, pero también que al día siguiente no estarán ahí y tampoco juntos en la misma ciudad. Ha pasado tanto tiempo y ha sido tan larga y tonta la espera. Y siguen cerca, muy cerca, como nunca antes. Y se besan como siempre, como lo hacían antes en sus sueños. Intenso, muy intenso, el cielo está anaranjado, y la sombra de la iglesia atrapa la banquita de madera y fierro, donde ella nunca dijo que “no” y donde él un largo abrazo olvidó.

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