miércoles, 19 de enero de 2011

Báilame hasta el amanecer

2.


A “E” la conocí bailando, y no es que domine algún ritmo, ella era quien ofrecía sus movimientos sensuales como un espectáculo de los dioses y los demás mortales nos deleitábamos con la vista, deseando que fije sus lindos ojos claros en las pupilas de alguno de los asistentes a la discoteca y lo haga sentir afortunado, aunque sea por escasos segundos.

Por suerte del destino, por astucia o por unas inmensas ganas mezcladas con alcohol, casi al final de la noche me acerqué, la saludé al oído y pude conversar con ella. Luego de intercambiar cortas palabras y miradas, tuve el atrevimiento de pedirle que bailáramos sin pensar en el acto vergonzoso que eso representaba y me tiré a la pista que estaba al son de salsa. Como era muy notorio que no sabía por dónde iba el ritmo dejé que ella hiciera todo y me limité a preguntarle su nombre, algunas otras cosas más que se venían a mi mente aturdida por su belleza y por la confusión de cuidar mis pasos, cuidando de no maltratarle los pies.

Con la madrugada avanzada los demás amigos del grupo decidieron que era hora de partir, en ese momento era el único que estaba contento y no era para menos, había conseguido bailar con la chica con quien todos querían hacerlo. Pedí cinco minutos más, sabía que ella regresaría luego de haberle dicho que me gustaría conocerla un poco más. Lo hizo, conversamos en privado corto tiempo y la invité para ir al cine al día siguiente, no quería perder el tiempo, “E” me encantaba. Para mi sorpresa tenía preparada una pequeña tarjetita con su número escrito en tinta azul que me la dio leyéndomela al oído, en ese momento solo deseé que fuese su número exacto y no algún truco para despistar.

La llamé dudando que la operadora me conteste diciendo que era un número equivocado, pero no, con su voz de niña mujer me alegró la tarde. Fuimos al cine, elegimos el estreno pero no vimos la película porque antes de los diez primeros minutos preferí sus labios sabor a caramelo de fresa. Luego de esa noche vinieron muchas madrugadas de clases de salsa, no sé si infructuosas. Ella bailaba muy bien y cada vez que lo hacía se mostraba al mundo, todos la miraban y de seguro la deseaban. Yo salía de una relación que como herencia me había dejado la desconfianza y los celos, casi como un contagio, pues mi carácter no había sido tal. Después de algunas noches parecidas tuve que controlarme, me dije a mi mismo, ‘está contigo, eres tú quien puede acariciar su piel y sentir su cuerpo, a la mierda, que miren y que envidien’, y continuamos saliendo todos los fines de semana, de jueves a domingo, hasta ver el frío amanecer con llovizna que nos recibía en los asientos traseros de cualquier taxi a quien le pedíamos que se demorase más en llegar a casa para poder seguir besándonos y acariciándonos con pasión y desfachatez.

No dormí bien por semanas, ella tenía una vida ‘vampírica’ dado su trabajo, y yo que ya no tenía esa costumbre, tuve que adaptarme a las clases en la universidad y a ella. Imagino que de ahí me quedó el gusto por la ‘malanoche’ o lo redescubrí. Disfrutaba de las madrugadas a su lado y de su calor en una ciudad con amaneceres fríos, pero a la vez fue difícil vivir a su ritmo de farándula, entre música en alto volumen, discotecas oscuras, licor, cigarros, vedettes y bailarinas de la televisión, etc. ¿Qué me espera?, pensé un día al despertar agotado, con sed, con ojeras y pasado el mediodía. No me gustaba lo público, odiaba la resaca y estar entre tanta gente en el bullicio, en todo lo que las fiestas traen. Y tampoco el olor a cigarrillo, detestable para quien no fuma. Me gustaba solo ella, su cuerpo suave, su cabello color clarito y casi ondulado, su forma de mirarme y besarme, su manera de cautivarme bailando, su experiencia con poca edad. Me encantaba la pasión que le ponía a cada beso.


Esta canción me encanta, es mi preferida, quiero bailarla contigo—. Me dijo una madrugada que estábamos en la discoteca.


Para esos días ya no me importaban las miradas de los demás, yo no bailaba, ella lo hacía por los dos. ‘Gitana’, se llamaba esa salsa tan difícil de seguir y que la ponía en trance. Salimos a la pista y yo solo la besaba de rato en rato cuando abría los ojos para sonreírme. Fuimos los únicos que bailamos en toda la pista y la canción fue interminable.



“Gitana, gitana, gitana, gitana. Tu pelo, tu pelo, tu cara, tu cara…”
“Sé
que nunca fuiste mía. Ni lo has sido, ni lo eres. Pero un pedacito de mi
corazón, tú tienes, tú tienes…” (*)


Ella era como esa canción, como una gitana que parecía mía y de todos los que la miraban perplejos. Nunca sería el único en su corazón, lo sabía. Mi mundo era otro, recordé casi al final de nuestra relación.


Nos alejamos luego de unas semanas más de madrugadas intensas, le dejé una parte de mi vida, una época. Al tiempo desapareció al ritmo de alguna salsa antigua, de esas difíciles de bailar.






*Gitana, de Willie Colón.

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