miércoles, 20 de julio de 2011

Como un cubo de hielo


Se ha dicho de mí que soy tan frío como un cubo de hielo, lo he escuchado muchas veces, en especial por parte de las chicas que minutos antes de ponerme la etiqueta me habían llenado de besos y abrazos por ser ‘distinto’. He intentado explicar que esa manera de actuar es algo que me ha acompañado desde que tengo uso de razón, hasta recuerdo que mis padres quisieron que sea más expresivo con las personas, que muestre mis sentimientos, pero no pudieron lograr que lo haga. Pero no creo que eso me convierta en un témpano. “Que escriba todo lo que pienso y sienta en un papel, que lo deje un día, que lo lea al siguiente y luego lo destruya”, me dijo una psicóloga. ¿Para qué tengo el blog?, refuté.

“Hay momentos”, digo y creo, aunque sepa bien que el tiempo es un tirano. Hoy aceptaré tener un carácter especial, por no decir fregado; le dicen “frío” y ya no me atrevo a desmentir con tantas ganas como antes. Pero lo que no cuento por temor a quebrar mi escudo es que sufro tanto o más que alguien quien sí demuestra sus sentimientos abiertamente. Muy pocas veces dije que extraño demasiado un abrazo o un beso, que me duelen las palabras ofensivas, que quisiera no ocultar mi pena, mi angustia o algunas lágrimas que escapan al control cuando escucho alguna canción que me lleve a un recuerdo. También he secado, antes que todos las vean, esas gotas que caen por mi rostro al ver una película que toque parte de mi vida o de lo que quiero o quise.


Sé que muchas veces se necesitan palabras dichas o escritas para mostrar que se quiere, que se extraña o que se ama, lo que no sé es si a todos nos gusta que se escriban tan solo por llenar un espacio, por cumplir con lo que se debe o se dice que debe ser. Estoy consciente que estas palabras valen, pero más aun estoy seguro que la persona que las dice debe acompañarlas por acciones que digan que ese abrazo, esos besos y ese cariño procuren que la sangre que corre por las venas caliente en invierno. Se me ha hecho siempre difícil pronunciar estas palabras o escribirlas para enviarlas, no sé si por querer ser distinto o por serlo sin darme cuenta, pero descarto la idea que muchas personas tuvieron en mente, que nunca las quise o que no me interesaban. El tiempo y lo que se vive ayuda para dibujarlas en papel o recitarlas, pero comprendo que no todos tenemos paciencia, menos aun en este mundo loco y rápido.


“Eres como un cubo de hielo, no te interesa nada”, me repitieron, creo yo que injustamente. Muchas veces ya luego de mucho tiempo o tal vez al momento de romper alguna relación. Diré que, si cuando me fui (o me echaron), no volví, no llamé o no aparecí por las mismas calles, fue (y es) porque quise llevarme la parte de pena que me tocaba conmigo y no compartirla, fue porque preferí (y prefiero) que quien estuvo a mi lado piense por sí sola qué tanto pude valer para su vida, para que luego siga sin que yo interfiera en ella. Quizá hubiese vuelto, dependiendo de los sentimientos, de las verdades, de cómo se dio el final, pero opté por dejar que realicen todo lo que por mí no podían. Díganme ingrato, yo le digo dar libertad, dejar decidir a cada quién. Díganme ingrato y frío, porque nunca pudieron ver que cada vez que se alejaba el cubo de hielo se iba deshaciendo sin remedio dejando salir el calor que tenía dentro.

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