Érase una vez un atardecer en la playa, ella queriendo
captar una imagen para guardarla en su cámara, él ayudando a que quede grabada
en su mente [… ]
Llegaban
luego de un corto viaje en el cual no dejaban de abrazarse; caminaban hasta
donde el horizonte se dibujaba, ahí podían sentarse a conversar y reír. Estando
en aquella banca del malecón mirando el atardecer podían olvidar que venían de
un lugar donde muchos no los querían ver juntos [… ]
Esa banca frente
al mar los transportaba a un sitio distinto, tal vez en las nubes o en medio
del inmenso mar, un lugar donde hacer algo nuevo sí era posible, donde nadie se
fijaría en los demás porque el paisaje sería lo más grandioso [...]
—¿Has visto el
cielo? ¿Has visto el color que tiene? —Le dijo para hacerlo abrir los ojos y
mirar al frente. Él vio el horizonte como despertando de un trance, había
estado concentrado recordando los momentos que vivían juntos en el tiempo que
podían.
—Y parece que el
mar y el cielo se juntaran. Se reflejan los mismos colores y son como uno solo.
—Respondió él que había estado muchas veces ante el mismo cuadro pero que no
había notado lo que ella le haría ver con detalle.
—Sí, ¿pero has
visto ese espacio de donde sale una luz? —Le respondió sin dejar de ver al
cielo, donde se abría un espacio entre los colores rojos, anaranjados, grises,
morados y azules que se mezclaban en ese momento.
Ambos miraron al
espacio que estaba entre el cielo y el mar. De entre las nubes que estaban con
diversos matices del atardecer aparecía una luz que bajaba hacia el mar, era
como una ventana que se abría y a la que nadie más tenía la suerte de poder
ver, solo ellos dos. Ella trataba de obtener la mejor imagen con la cámara, quería
recordar ese momento, tenerlo de alguna manera para toda la vida.
—¡Hola
jóvenes, buenas tardes! ¿No se te antoja un chocolate para que le regales a tu
novia? —Dijo sonriendo una anciana que siempre caminaba por todo el malecón
ofreciendo golosinas y bebidas [...]
—¿A
cuánto el chocolate? —Dijo devolviéndole la sonrisa y sacando unas monedas del
bolsillo. Pensó que también miraba el paisaje pero no lo hacía, tal vez eran
muchos los años que aquella anciana había mirado al cielo y al mar, habían sido
muchos los paisajes bellos y ya no le sorprendía. [...]
Esa
ventana en el cielo era como un portal hacia otro mundo ¿Por qué no ir?,
pensaron. Y se tomaron de las manos, cerraron los ojos y se besaron. Al estar
en otro mundo se vieron tal cual eran, dos personas deseando vivir en paz,
diciéndose la verdad, aceptando tener muchas imperfecciones pero que tenían la
voluntad de apoyarse para ser mejores. [...]
Estuvieron
así buen rato hasta que la noche cayó y solo quedaban los faroles del malecón
acompañándolos; atrás la iglesia y el parque donde se sentaban, delante el mar
oscuro y el muelle cortándolo, por momentos la luz del faro apareciendo para
recordarles que el mundo seguía dando vueltas y que el tiempo existe. [...]
—¿Sabes
que te quiero, verdad? ¿Sabes que no hubiese querido a ninguna otra persona
para compartir este momento? —Pronunció él a su oído con sinceridad. [...]
—Recordaremos
este momento en el futuro, ¿crees que volvamos a ver estas tardes como una
película en la mente y que sentiremos lo mismo que hoy? ¿Crees que nos de
nostalgia y quizá nos ponga tristes de no saber si se volverá a repetir? —Le
preguntó ella, dándose vuelta y mirándolo a los ojos.
—Los recuerdos
importantes son los que te hacen sentir algo, sino no serían nada. Pasar de lo
triste a lo feliz o al revés es algo que se hace más rápido de lo que se
piensa. Cuando recuerdes y sientas que estás poniéndote triste voltea tu
recuerdo. Haz que sea un recuerdo feliz. —Él respondió sonriendo y creyendo en
sus palabras, la besó, porque no deseaba nada más en ese momento.
En una
banquita cercana alguien miraba la escena y sonreía, pensaba que como aquella imagen
de dos chicos enamorados frente al mar mirando el anochecer se repetían todos
los días, pero que si el mundo tuviese más actos como ese sería un lugar mejor [...]
Miró a la
pareja que seguía abrazándose frente al mar, se abrigó y se cubrió la cara,
nunca se quedaba hasta tan tarde en el malecón, tomó su cochecito con las
golosinas y regresó a casa deseándoles una vida libre y feliz.
[Versión corta de un cuento que tenía guardado para este día. Un pequeño detalle que no se puede tocar, ni oler, pero sí sentir y tener en el tiempo... ]
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