lunes, 30 de enero de 2012

Hoy.


Hoy fui a mi escondite, el de siempre, el que me acoge cuando quiero un poco de paz, cuando necesito ideas, cuando quiero desahogarme con la brisa. Hoy regresé a la playa luego de meses de ausencia, creo que muy pocas veces había sido tanto tiempo, todo ha sido distinto desde finales del año pasado que ya planear ir era una tarea discutible. Hoy llegué así de improviso, sin haber tenido la intención siquiera en la mañana. Cogí mi billetera, el BlackBerry para captar unas imágenes y las sandalias estaban cómodas para la ocasión. Estuve tranquilo, mirando el paisaje, respirando hondo como hace mucho no podía y dejé que algunos demonios internos caminen por la arena para perderse a lo lejos.

Las cosas no han estado fáciles desde diciembre del año pasado, ahora ya no tengo el mismo tiempo y el mismo dinero para ir a la playa como quisiera, pero me sentía tan atrapado entre una nube negra de tristezas y presiones que quise escapar; recordé que yo en mi sentido más profundo era distinto a la persona que veía las últimas mañanas al espejo. Era más arriesgado, era más decidido, era quien creía poder hacer todo lo que quisiera, era quien vivía sin preocuparse en demasía por el futuro, así les disgustara a los demás todo esto.

Y me adentré al mar frío pero agradable, fui nadando más lejos que las personas que estaban metidas disfrutando del verano, llegué hasta donde nacen las olas y me dejé llevar por el arrullo tierno pero peligroso del mar. Estuve echado sobre esas aguas ondulantes mirando el cielo, creyendo que era como antes, que era solo yo y que nada ni nadie podría tocarme ni con el pensamiento, porque simplemente mi mente estaba en otra dimensión lejos de lo me podía golpear o de lo que no podía controlar al ser parte de otras vidas. Estuve así y de rato en rato miraba a la orilla recordando cuando mamá llegaba con mi tía para vigilarnos y ver hasta dónde nos metíamos mar adentro con mis primos, para ellas un desafío aterrador que unos chiquitos vayan tras las peligrosas olas.

Pasé mucho tiempo solo con el mar llevándome de lado a lado, pasé el tiempo pensando en todo lo que había sucedido los últimos días. Imaginé que tal vez en algún momento de mi vida dejé mi gusto por el riesgo porque ya no era el mismo ni tenía la misma edad, que tal vez en ese intento por ser yo mismo me había golpeado demasiado y tenía muchos errores acumulados. Llegué a pensar que lo que había hecho en mi vida era un error. En ese instante desperté, el cielo era el mismo y el muelle estaba ahí como hace cientos de años, era momento de regresar a la orilla y no discutir conmigo mismo porque en todos estos años también me divertí, también pude hacer sonreír a muchas personas y conocí a otras tantas, en los años anteriores lloré, hice sufrir con mis arrebatos y locuras, pero todo es parte de la vida al fin y al cabo. Siempre lo había pensado así, que la vida es lo que sucede en este momento cuando tienes el paisaje frente a ti y lo disfrutas, estés con alguien más o solo, pero sucede en los minutos que respiras, no en los que aspiraste hace días, semanas, meses o años atrás, ni tampoco sabes la fragancia del futuro.

Salí del mar caminando lento, sintiendo como el mar iba bajando su nivel hasta llegar solo a tocar la planta de mis pies, volteé, admiré el horizonte bañado por las aguas y reflejando muchos colores del atardecer, es hoy y estoy vivo, dije.





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