Después de casi
tres meses de haber caído en cama, mi abuelo caminó hasta su sillón en la sala.
Él tiene (en este 2012) más de 102 años a cuestas y algunas enfermedades por
las cuales varias veces escuché decir a los médicos que no debería de haber
pasado los ochenta, como máximo.
Los días y
noches, en especial las madrugadas, desde que entró en su cuarto para no salir
han sido difíciles para todos. Estábamos acostumbrados a verlo desayunar en la
mesa, a almorzar juntos y cenar también esperando alguna ocurrencia suya, todo
eso cambió casi de la noche a la mañana y nuestra rutina también varió
violentamente. En casa, en cuestiones de salud, no tuvimos suerte en el inicio
de este año y tener este golpe, a pesar que con esa edad cualquier persona
diría “es algo que se puede esperar”, nos dejó con los nervios de punta. A
pesar que, tendríamos que estar preparados para lo peor por cuestiones mismas
de la vida, créanme, al vivirlo nadie lo espera ni con mil horas de preparación
psicológica.
No es la primera
vez que el abuelo cae enfermo, con su edad cualquier problema hace que no sea
favorable para él y a pesar de los extremos cuidados de mamá y de mis tías hay
cosas que no se pueden controlar y hasta un resfrío resulta peligroso. Recuerdo
que en todas aquellas ocasiones hemos repetido el nerviosismo, las caras largas
y tristes alternadas con tensión. Comprensible, diríamos.
‘Son 102 años,
qué más podríamos pedir’, le dije a mamá una mañana igual de triste como las
anteriores, con el abuelo sin probar alimento alguno y echado en su cama, si lo
hacía era por ruego nuestro, ‘una cucharada y no quiero más’, nos decía
dejándonos con la sensación de perder una parte de la vida sin poder hacer más.
Era como ver una luz que poco a poco se iba apagando sin remedio, porque para
complicar la situación los medicamentos recetados ya no son tan buenos para él
sino que poco a poco lo van intoxicando, lo que le hace bien para algo lo
debilita en otro lado.
Esto me ha hecho
adoptar una postura comprensiva ante varios sucesos de la vida, y es que cada
quién vive su propio sentimiento interior ante un problema, ante la tristeza y va
sumado a lo que se tiene que pasar en el día a día y las relaciones con otras
personas. Aun así, reconozco que muchas veces solo deseé dormir y despertar en
el futuro. Hoy regresé de hacer un poco de deporte, porque eso también ayuda a
cambiar el ánimo, miré por la ventana de la sala para pedir que me abran la
puerta y vi a mi abuelo sentado como antes en su sillón y a todos mirándolo,
contentos. Sé que a estas alturas de su vida pedirle más es un pecado, que sea
lo que Dios quiera, cuando lo quiera.
Hay tantas
caídas fuertes, ¿no?... Y a veces siendo jóvenes ante cualquier problema pensamos
que soluciones o mejores días no habrán, que quizá las segundas oportunidades
para nosotros mismos o para otras personas no existen, ¿por qué no podríamos
ponernos otra vez de pie y continuar?
Estoy consciente
que el tiempo se agota y que no lo voy a tener mucho, pero me siento
inmensamente feliz de tenerlo aun y de haber aprendido parte de la vida a su
lado. Estas mañanas despierto y voy a su cuarto, lo veo sentado en la cama, me
acerco, tomo sus manos y lo saludo con un beso en su cabeza. ¿Cómo estás hijo?
¿Cómo están las cosas hoy?, me pregunta como para asegurarse que estoy bien y
que no me falta nada.
No me hace falta
nada papá Juan, a tu lado lo he tenido todo, hasta hoy que te escucho...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario