jueves, 3 de mayo de 2012

Unos botines de fútbol.


A mi sobrino de doce años le acaban de regalar unos lindos zapatos de fútbol Adidas en color blanco, que me trajo a mostrármelos muy contento. Está en la edad donde salir en grupo de amigos a jugar fútbol es más que un deporte y diversión (y todavía no interesa mucho que hayan chicas alrededor), se trata de ser parte de un equipo y mostrar que se puede ser el mejor, ser a quien todos tienen que seguir, algo así como el gran “capitán” y que no importa tanto si se juega bien o mal, eso se arregla comprando también la pelota sin la cual no se podría empezar el partido.


Recordé que cuando tenía más o menos su edad también quería unos parecidos; en ese tiempo no eran de colores solo habían los clásicos negros con unos tacos de acero, alucinantes y costosos también. Los había visto en una tienda y conforme pasaba el tiempo y llegaba la temporada de campeonatos escolares mi ansiedad por tenerlos crecía. Entonces fui ahorrando cada moneda y billete que llegaba a mis manos ya sea por propinas de los tíos que llegaban de Lima o dejando de comprar golosinas en la calle. Hasta hoy tengo la alcancía donde ponía día a día cada céntimo, eran de esos cerditos hechos de yeso que regalaba un banco, creo que de esos días me quedó la idea de tener ahorros para algo que desee hacer o tener.


La fiebre del Mundial de Estados Unidos hizo que mis deseos crecieran. Este campeonato fue el primero que vi con atención, ya teniendo edad para comprender lo que pasaba en una cancha. Siguiendo los partidos en la televisión veía como esos zapatos de fútbol estaban en los pies de casi todos los jugadores famosos y los quería para poder hacer las mismas jugadas en las canchas polvorientas y de césped con espinas de la ciudad. Llegado el momento rompí el chanchito, conté mis monedas y billetes uno por uno para no equivocarme y como deseando que se multiplicaran. Se los di a mis papás que viajaban a una ciudad cercana donde habían algunas tiendas deportivas grandes. Esa tarde no dejé de pensar en mis botines nuevos.


Cuando en la noche destapé la caja que contenía mi espera y ansiedad me di con la sorpresa que no se parecían en nada más que en el color a los que estaba esperando. “No debí decir que si no encontraban los que les había descrito podían comprarme otros”, me dije decepcionado y tratando de no reclamar ni parecer tan disgustado, aunque eso nunca he sabido ocultar. Acepté los nuevos botines sin pedir más explicaciones, pero ya no me imaginé haciendo las maniobras de los futbolistas del Mundial. ¿Roberto Baggio no juega con estos o sí? ¿Y Romario haría goles sin sus botines profesionales?...


Jugué con ellos todos los partidos en los cuales salimos goleados, nuestro equipo era de unos pequeñines en comparación con los demás colegios. Pero me di el gusto de hacer unos goles, al menos uno de tiro libre y atajar un penal a uno de los goleadores del torneo cuando por razones del destino (en realidad estábamos cayendo súper goleados y era el más alto de ese equipo) entré al arco en un partido difícil. Estoy seguro que ni con los Adidas la historia hubiese cambiado y si no los tuve nunca fue porque el destino no lo quiso así, ni tampoco las secuelas de la crisis financiera del país luego del “fuji shock” de los noventa.




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