martes, 22 de mayo de 2012

Por unos milímetros



Un viernes antes de las siete de la noche caí al césped por una falta intencional de alguien que no entendía lo que era un juego de fútbol, solo un juego sin premios ni copas, ni fama mundial. No creo que sea de los que horas antes hubiesen visto la final de la Champions. Ese mismo viernes regresé a casa cojeando con mucho dolor a ponerme hielo en la rodilla, pues era lo único que podía hacer. De la forma como había sido la caída y lo que había sentido esperaba lo peor.


El sábado me atendió un médico, no especialista en ese tipo de lesiones, pero que me ayudaría a aliviarme un poco hasta el lunes. Me hizo algunas pruebas y no pensó que sea algo más grave que una fuerte distensión. Esperé que fuera eso y nada más, solo cuestión de antiinflamatorios, descanso y tiempo. El lunes pude ir a un traumatólogo y las noticias cambiaron al hacerme la prueba, tenía el dolor en la parte externa y posterior de la rodilla, había algo que hacía un pequeño ruido como cuando una astilla choca con algo más duro y aun no podía doblar la rodilla sin sentir que se me trababa.


—Para mí te has roto el menisco— Me dijo muy serio y era como confirmar algo de lo que esperaba en mis proyecciones pesimistas.


No tenía los ligamentos rotos aparentemente, no había problemas en los huesos de la rótula, pero sí había unos milímetros de menisco que impedían que mi rodilla pudiese tener flexibilidad. Unos milímetros que hacen que mi vida no sea normal por estos días y que cambian la forma como me gusta vivir, haciéndome parecer casi un inválido. Tener que cambiar la rutina, como si esa palabra en estos tiempos sea bienvenida, a estar sentado o echado, a solo conformarme con ver deportes en la televisión y no hacer ninguno hasta que pueda recuperarme (si se confirma lo de la operación), se me hace una tortura. Aun así, no sé qué me pasó en el mismo momento de escuchar el diagnóstico, pero lo tomé con más tranquilidad de lo que cualquiera esperaría, creo que recordé cuando siendo adolescente y tuve un problema similar, pero menos grave, en el cual el médico de turno me golpeó fuertemente, aun más que un rival en una cancha, diciéndome que “no vuelva a hacer deporte”. Esta vez me dije a mí mismo que podía superarlo otra vez.


Esperaré la resonancia y esas esperas, desesperan, pero hay cosas que no se pueden saltar, menos aun con una rodilla herida.

sábado, 5 de mayo de 2012

Luna lunera


Luna  lunera cascabelera,
alumbras creando sombras cómplices silentes
de pasajes nocturnos que guardan secretos.
Caminas conmigo cuando oscuro aun queda
en el cielo.

Alguna vez pensé que tenías rostro de mujer,
mucho antes que eras un gran queso
que nadie podría roer.
Tú puedes ver la ciudad cuando duerme
te he pedido muchas veces me guíes,
que alumbres el camino que debo tomar
para no equivocar la vuelta en penumbras.
Luna lunera cascabelera,
no existe escalera tan inmensa
que llegue hasta donde te encuentras.
Hay cuentos que te retratan tan cerca,
miles de historias en el tiempo
como escalones invisibles
hechos de estrellas en polvo.
Solo así o en una nave espacial podría tenerte
Pero prefiero soñarte…




viernes, 4 de mayo de 2012

El escritor y yo.


Hace unos años me invitaron a una conferencia que daría un escritor renombrado, que ahora vive en el extranjero, sí pues, quizá la única forma de que alguien que se dedique a esto y solo esto de escribir pueda tomarlo como una forma de vida. La invitación tenía un lado especial para mí, según la persona que me la hacía llegar, el mismo escritor provinciano pero ya extranjero, había leído algunas pequeñas cosas mías en internet y había comentado que le parecía interesante que alguien que vivía y escribía en una provincia como la suya tenga “algo” de talento. Dudé de esto, habiendo tantas miles de personas que escriben en internet era un sueño que alguien de su talla pueda interesarse en siquiera leer un par de líneas; el único detalle que parecía concordar era que a través de sus correos electrónicos (dirigidos a la persona que me animaba a asistir) me había descrito, o al menos a mi blog, de manera muy cercana y el hecho de que su lugar de nacimiento sea el mismo al de muchos de los escritos que había publicado le daba alguna pizca de probabilidad. Aun a pesar de mis dudas el aliento del tipo “me ha dicho que le gustaría conocer a ese muchacho que escribe” hizo que tenga en cuenta el evento y decidí asistir.


Había leído algunas publicaciones anteriores de aquel escritor provinciano ahora ya extranjero, su estilo narrativo me gustaba, me parecía entretenido y fácil de leer, además en algunos de sus libros contaba acerca de su niñez en ciudades pequeñas que conocía y eso me hacía sentir cercano sin conocerlo. En su etapa de residente extranjero publicaba en internet para varios medios internacionales y hablaba mucho sobre el tema de la inmigración latina a la nación más poderosa del mundo y las dificultades que encontraban sobre todo los que llegaban en los años post 11 de setiembre. Su sensibilidad para encarar estos temas era de resaltar y me lo podía imaginar dándole la mano (apoyando) a cualquier latino sin suerte en el país de las oportunidades.


El día de la conferencia llegué temprano, entré al auditorio que aun se estaba copando y busqué un lugar como a la mitad. En las sillas de la primera fila estaban algunas personas mayores, todas ellas autoridades y seguro familiares o allegados al escritor. Aguardamos algunos minutos hasta que apareció por el centro de la sala, entrando casi como un actor famoso que llega a ver a sus fans. Saludó a las personas que se le acercaban y con algo más de efusividad a los que lo conocían de antes, siempre sonriendo y diciendo que estaba feliz por regresar a un lugar que lo acogía siempre y del cual tenía muchos recuerdos.  Empezó a dar su conferencia en la que habló sobre su nacimiento en una ciudad pequeña para pasar a las historias sobre su último libro que también presentaba. Escuchamos atentos a un escritor que parecía estar muy cercano a todas las personas que estábamos ahí y que también compartíamos la vida provinciana. Su manejo de escena fue impecable, por algo estaba donde estaba, pensé.


En cuanto a mí las instrucciones eran claras, “quiere que te quedes al final para conocerte”, y a pesar que no soy muy afecto a esas situaciones, aguardé hasta que terminara de saludar y firmar todos los libros que le traían. Cuando ya estaba por quedarse vacío el lugar coloqué mi libro sobre la mesa y cerca a sus manos, lo saludé y me presenté. Levantó la mirada y las cejas como diciendo “¿y qué deseas?”, lo cual me produjo una sensación de extrañeza. Le dije un par de palabras sobre su conferencia y me pidió que le diga mi nombre para hacerme el autógrafo en el libro, cosa que en realidad no me importaba mucho en ese momento. Esperé hasta que haga unas fotos y firmas más porque imaginé que quizá no me había escuchado y volví a decirle que era “el chico del blog de quién había comentado quería conocer” y el escritor provinciano ya extranjero ahora sin la sonrisa de su entrada al auditorio me volvió a mirar y colocarse para una foto, la cual no había pedido pero conservo en algún lugar. “Ah, sí seguro, ya estoy de salida, ¿te firmé el libro no?”, fue lo último que escuché de su presentación.


Y se fue rápidamente de aquella provincia a otra cercana que sí tiene muelle y mar, donde sí hubo club de gente de la alta sociedad de esos tiempos que sigue conversando en los mismos sitios y recordando lo que sus abuelos y padres tuvieron, donde nadie viste ni calza mal, a la provincia de la cual sí se puede decir abiertamente que es donde se nació. Se fue olvidando la sensibilidad que sí transmite a través de sus relatos para el mundo cuando habla de los latinos que sufren buscando un sueño en tierras que le son extrañas, se fue olvidando que nació en una provincia que en sus tiempos solo fue un distrito pequeño y polvoriento, que tal vez por ese motivo no se menciona cuando se está en otra parte del mundo y se habla en un idioma más universal (o comercial).


Se fue ya sin la sonrisa que tuvo al llegar y que encantó al auditorio. Yo olvidé su libro en algún lugar, ese al cual estampó un autógrafo al apuro con letra ininteligible como su actitud.







jueves, 3 de mayo de 2012

Unos botines de fútbol.


A mi sobrino de doce años le acaban de regalar unos lindos zapatos de fútbol Adidas en color blanco, que me trajo a mostrármelos muy contento. Está en la edad donde salir en grupo de amigos a jugar fútbol es más que un deporte y diversión (y todavía no interesa mucho que hayan chicas alrededor), se trata de ser parte de un equipo y mostrar que se puede ser el mejor, ser a quien todos tienen que seguir, algo así como el gran “capitán” y que no importa tanto si se juega bien o mal, eso se arregla comprando también la pelota sin la cual no se podría empezar el partido.


Recordé que cuando tenía más o menos su edad también quería unos parecidos; en ese tiempo no eran de colores solo habían los clásicos negros con unos tacos de acero, alucinantes y costosos también. Los había visto en una tienda y conforme pasaba el tiempo y llegaba la temporada de campeonatos escolares mi ansiedad por tenerlos crecía. Entonces fui ahorrando cada moneda y billete que llegaba a mis manos ya sea por propinas de los tíos que llegaban de Lima o dejando de comprar golosinas en la calle. Hasta hoy tengo la alcancía donde ponía día a día cada céntimo, eran de esos cerditos hechos de yeso que regalaba un banco, creo que de esos días me quedó la idea de tener ahorros para algo que desee hacer o tener.


La fiebre del Mundial de Estados Unidos hizo que mis deseos crecieran. Este campeonato fue el primero que vi con atención, ya teniendo edad para comprender lo que pasaba en una cancha. Siguiendo los partidos en la televisión veía como esos zapatos de fútbol estaban en los pies de casi todos los jugadores famosos y los quería para poder hacer las mismas jugadas en las canchas polvorientas y de césped con espinas de la ciudad. Llegado el momento rompí el chanchito, conté mis monedas y billetes uno por uno para no equivocarme y como deseando que se multiplicaran. Se los di a mis papás que viajaban a una ciudad cercana donde habían algunas tiendas deportivas grandes. Esa tarde no dejé de pensar en mis botines nuevos.


Cuando en la noche destapé la caja que contenía mi espera y ansiedad me di con la sorpresa que no se parecían en nada más que en el color a los que estaba esperando. “No debí decir que si no encontraban los que les había descrito podían comprarme otros”, me dije decepcionado y tratando de no reclamar ni parecer tan disgustado, aunque eso nunca he sabido ocultar. Acepté los nuevos botines sin pedir más explicaciones, pero ya no me imaginé haciendo las maniobras de los futbolistas del Mundial. ¿Roberto Baggio no juega con estos o sí? ¿Y Romario haría goles sin sus botines profesionales?...


Jugué con ellos todos los partidos en los cuales salimos goleados, nuestro equipo era de unos pequeñines en comparación con los demás colegios. Pero me di el gusto de hacer unos goles, al menos uno de tiro libre y atajar un penal a uno de los goleadores del torneo cuando por razones del destino (en realidad estábamos cayendo súper goleados y era el más alto de ese equipo) entré al arco en un partido difícil. Estoy seguro que ni con los Adidas la historia hubiese cambiado y si no los tuve nunca fue porque el destino no lo quiso así, ni tampoco las secuelas de la crisis financiera del país luego del “fuji shock” de los noventa.




miércoles, 2 de mayo de 2012

Son 102.


Después de casi tres meses de haber caído en cama, mi abuelo caminó hasta su sillón en la sala. Él tiene (en este 2012) más de 102 años a cuestas y algunas enfermedades por las cuales varias veces escuché decir a los médicos que no debería de haber pasado los ochenta, como máximo.


Los días y noches, en especial las madrugadas, desde que entró en su cuarto para no salir han sido difíciles para todos. Estábamos acostumbrados a verlo desayunar en la mesa, a almorzar juntos y cenar también esperando alguna ocurrencia suya, todo eso cambió casi de la noche a la mañana y nuestra rutina también varió violentamente. En casa, en cuestiones de salud, no tuvimos suerte en el inicio de este año y tener este golpe, a pesar que con esa edad cualquier persona diría “es algo que se puede esperar”, nos dejó con los nervios de punta. A pesar que, tendríamos que estar preparados para lo peor por cuestiones mismas de la vida, créanme, al vivirlo nadie lo espera ni con mil horas de preparación psicológica.


No es la primera vez que el abuelo cae enfermo, con su edad cualquier problema hace que no sea favorable para él y a pesar de los extremos cuidados de mamá y de mis tías hay cosas que no se pueden controlar y hasta un resfrío resulta peligroso. Recuerdo que en todas aquellas ocasiones hemos repetido el nerviosismo, las caras largas y tristes alternadas con tensión. Comprensible, diríamos.


‘Son 102 años, qué más podríamos pedir’, le dije a mamá una mañana igual de triste como las anteriores, con el abuelo sin probar alimento alguno y echado en su cama, si lo hacía era por ruego nuestro, ‘una cucharada y no quiero más’, nos decía dejándonos con la sensación de perder una parte de la vida sin poder hacer más. Era como ver una luz que poco a poco se iba apagando sin remedio, porque para complicar la situación los medicamentos recetados ya no son tan buenos para él sino que poco a poco lo van intoxicando, lo que le hace bien para algo lo debilita en otro lado.


Esto me ha hecho adoptar una postura comprensiva ante varios sucesos de la vida, y es que cada quién vive su propio sentimiento interior ante un problema, ante la tristeza y va sumado a lo que se tiene que pasar en el día a día y las relaciones con otras personas. Aun así, reconozco que muchas veces solo deseé dormir y despertar en el futuro. Hoy regresé de hacer un poco de deporte, porque eso también ayuda a cambiar el ánimo, miré por la ventana de la sala para pedir que me abran la puerta y vi a mi abuelo sentado como antes en su sillón y a todos mirándolo, contentos. Sé que a estas alturas de su vida pedirle más es un pecado, que sea lo que Dios quiera, cuando lo quiera.


Hay tantas caídas fuertes, ¿no?... Y a veces siendo jóvenes ante cualquier problema pensamos que soluciones o mejores días no habrán, que quizá las segundas oportunidades para nosotros mismos o para otras personas no existen, ¿por qué no podríamos ponernos otra vez de pie y continuar?
Estoy consciente que el tiempo se agota y que no lo voy a tener mucho, pero me siento inmensamente feliz de tenerlo aun y de haber aprendido parte de la vida a su lado. Estas mañanas despierto y voy a su cuarto, lo veo sentado en la cama, me acerco, tomo sus manos y lo saludo con un beso en su cabeza. ¿Cómo estás hijo? ¿Cómo están las cosas hoy?, me pregunta como para asegurarse que estoy bien y que no me falta nada.


No me hace falta nada papá Juan, a tu lado lo he tenido todo, hasta hoy que te escucho... 


martes, 1 de mayo de 2012

¿Qué estás pensando?


He llegado a la última página de un libro que comencé hace como cuatro meses atrás. Lo considero una barbaridad ya que referida obra no fue aburrida ni trata sobre matemática o física cuántica. Pero confesaré que me considero un mal lector y de seguro esto no es creíble para algunas pocas personas que me conocen o tal vez sea una decepción. Pero así es esta parte de mi realidad influenciada por la nueva y fastidiosa manera que los jóvenes adoptamos de leer cosas así de rápidas como un ‘tweet’ o una publicación del tipo ‘qué estás pensando’ de redes sociales. Lo cierto es que leemos el titular más no seguimos con la noticia. Si hasta aquí te aburrió lo que escribí no te culpo, yo hago lo mismo con muchas de las páginas que empiezo a leer, o las dejo para después o para nunca jamás y que me la cuente alguien si se da el caso.


Ante todo esto y algunas revoluciones mentales y sentimentales más, he pensado que debo cerrar (aun no sé si definitivamente) mi cuenta en Facebook y tal vez también la de Twitter, para poder hacer cosas distintas y quizá volver a intentar la usanza antigua de leer libros en papel, diarios, revistas, etc. (Además para realizar algunas decenas de actividades más que se dejan de lado por andar mirando la pantalla de la computadora o del Smartphone). Esa idea ha rondado mi cabeza varias veces y aun dudando que sea la solución completa, debo decir que no resulta tan fácil y estoy consciente que hasta puede ser una acción que produzca un arrepentimiento posterior. Tanto lío me ha causado al punto de llegar a cuestionarme esta decisión auto respondiéndome con algunas preguntas (Sé que suena incoherente y no me interesa mucho si hasta aquí ya más del 90% de personas que iniciaron esta lectura dejaron de hacerlo en el primer punto y aparte):
¿Y cómo te enterarás de lo que pasa en el mundo (o hasta con el perrito de tu amiga) en tiempo real?, ¿acaso no has ganado dinero manejando cuentas de redes sociales?, ¿no ha sido tu fuente de ideas para algunos casos? Y entonces me detengo y digo que ‘puedo manejarlo’, que a pesar de eso podría vivir de manera distinta a los demás.


Pero la mente rápida repregunta como para ‘rejoderte’ y te deja sin piso: ¿No es ahí donde se responde lo que todo hombre desearía saber? Esa preguntita que pasa desapercibida de tanto verla pero que muchos pagaríamos por tener la respuesta en todo momento, esa de: ¿Qué estás pensando… mujer?


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