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martes, 14 de febrero de 2012

Válido en los Valentine's Day


Me resulta extraño y hasta burlón que el destino ponga entre mis tareas preparar eventos pro San Valentín, pero de esto vivo los últimos tiempos y aunque sea algo que considero pequeño tengo que darle una sonrisa a la situación y pasarme algunas semanas pensando en cómo se siente y en qué es lo que quiere una pareja en esas fechas de amor, porque así me digan que también es para los patas, creo que por algo los hostales tienen más acogida y eso ya significa más que una simple amistad. Mi trabajo actual me obliga —sí, así lo siento esta vez— a preparar para otros un ambiente meloso y embadurnado de frases que me son esquivas y a la vez me producen cierta alergia aun, pero eso es parte del marketing, tengo que vender una idea y es lo que me toca para febrero. Nada de carnavales, nada de verano y playa, esta vez solo el bendito Cupido disparando a los traseros más felices. Ah, claro, olvidé mencionar —como para explicar un poco la situación— que estoy solo y así sea algo difícil de creer, no he celebrado antes un San Valentín como manda la regla, o sea, acompañado, emparejado, enamorado, ilusionado, etc., todo lo contrario. Así que para no quedarme con el sentimiento oscuro contaré cómo fue alguna de estas fechas que alguna vez pasé y de las que sobreviví, que si bien no podría llamarlas celebraciones como tal, fueron algo.


Mi primer San Valentín iba —así se inicia con un ‘iba’ que no fue— a ser cuando estaba aun en el cole. Estábamos en vacaciones y cada cierto tiempo nos veíamos con los compañeros para acordar lo que haríamos, en especial para vagar y molestar a las amiguitas. Se suponía que ya íbamos a una que otra fiesta, aunque a escondidas y pidiendo tiempo prestado para quedarnos más tarde, pero ya era un comienzo. A cada quien le atraía una compañera de clases o de algún otro colegio pero que llegaba al mismo grupo. Como grandes ‘experimentados’ nos repartimos las cartas a jugar. Quería ganar sí o sí, pedí que me dejaran a una compañera con la que hablábamos mucho los últimos tiempos, antes de entrar a vacas, e intercambiábamos tareas —en realidad yo le prestaba el cuaderno y ella copiaba toda la tarea sin ningún remordimiento ni ánimos de cambiar siquiera una coma o un punto para que se piense que eran distintas soluciones—. Además, había notado que me miraba de una manera en la cual sentía que estábamos cerca, quizá no tanto como quería pero el camino parecía darse.

     Hola.

     Hola, ¿cómo estás? ¿qué tal las vacaciones?

     Ahí aburrida, no hay nada que hacer, todo el día aquí en mi casa.

     Pero deberías salir, no sé, a pasear, a la plaza siquiera, ¿no tienes con quién?

     No sé, no hay nadie, no me dan muchas ganas de salir por ahí, solo veo televisión y ya, ¿tú qué tal?

     Un poco aburrido también, tal vez vaya a visitarte uno de estos días, ¿sí saldrás con las demás chicas para el fin de semana no?

     Ah, creo que sí, aun no lo sé, creo que tendré que portarme bien para que mi mamá me deje.

     Está bien, seguro que sí te deja. Ya lo hablaremos, aun falta. Te cuidas, chao.

     Bien, ya nos vemos. Chao.



Le había dado vueltas al asunto por varios días luego de esa llamada, tenía que intentar acercarme más, concluí. Si le dijera que me gustaba justo antes del catorce de febrero y me aceptaba entonces saldríamos y sería como en las películas, todo felicidad, muchos besos y abrazos, o bueno, algunos, los que se puedan. Me decidí, salí rápido y sin pensarla hacia su casa. Llegué con el corazón a mil por hora, pensando a cada paso en lo que iba a decir, imaginándome su rostro de sorpresa pero de aceptación, no tenía un plan B, no iba a perder por nada. Cada vez que pestañeaba veía más cerca la puerta de su casa que estaba entreabierta. Mucho mejor porque entonces debe estar ahí, pensé.

Al estar a un paso de la puerta imaginé verla sentada en el sillón y emocionada al verme. No me equivoqué, ella se levantó como un resorte y toda sonrojada me preguntó ‘qué hacía en su casa a esas horas’ como si la frecuentara.


     Solo quería saber cómo estabas… Y, y estás muy bien. Ya me voy—. Dije.


Desde abajo del sillón aparecía emergiendo una cara conocida, también sonrojada, pero evidentemente por otras causas más felices. Había cogido todos mis planes de besos y abrazos y los estaba poniendo en práctica desde mucho antes de San Valentín con la chica que me robaba la tarea. Di la vuelta y regresé, también a mil por hora, pero ahora queriendo romperle el pañal a Cupido.

(Feliz día, el que sea. No importan las fechas, importa más cómo te sientas, con quién quieras estar, o con quién no)

lunes, 14 de febrero de 2011

Un san volantín

¿Por qué hoy tengo que querer más a alguien? ¿Por qué hoy tengo que enviarle flores o comprarle un regalo? ¿Por qué hoy los hostales tienen mayor afluencia de público? No siento apego por las fechas y me he preguntado lo mismo, ¿por qué lo que deberíamos hacer cualquier día del año lo convertimos en una fecha comercial?

Está bien, no soy la persona más adecuada para responder, confieso que este día se convirtió en una especie de maldición. Solo una vez recuerdo haber estado con una chica celebrando el dichoso “San Valentín”, después de eso nada de nada. Para estos días ha sido lo mismo, peleas, separaciones o discusiones antes de llegar a la fecha, así que dejo la pregunta para cualquier otra persona, que pueda o quiera interesarse.


Lo más gracioso hasta hoy me sucedió hace algunos años. Es un relato real, de este “San Valentín”, que me he preguntado también, se llama así porque ¿será para valientes?





Había llegado a Lima luego de terminar la universidad para trabajar en una empresa y como el cambio en el ritmo de mis días había sido algo brusco, puse más atención al trabajo que a mis relaciones personales. Esto dio como resultado que en mi agenda personal no exista siquiera una amiga a quien llamar e invitar por lo menos a tomar un café. No reparé en la llegada de la fecha y hasta la tarde del mismo catorce de febrero no le di importancia.



Conforme iban pasando las horas la televisión me aburrió y mi teléfono celular estaba más silencioso que un día normal. En la misma casa vivía Juan, mi primo hermano, quien pasaba por un trance similar al haber discutido y terminado con su enamorada, quien además vivía en una ciudad distinta. Llegada la noche no teníamos ningún plan y Juan propuso salir.

—Bueno pues, si estamos solos, ¿algún par de chicas también deben estarlo hoy, no? ¿Por qué no vamos y damos una vuelta?— Me dijo muy serio y ya que estábamos en nada, pensé que no era una idea descabellada que era mejor que la que tenía planeada, quedarme a dormir temprano.

Inmediatamente partimos hacia Miraflores muy bien vestidos y perfumados. Llegamos al parque Kennedy que tenía más público que de costumbre. Paseamos conversando, mirando y riéndonos de aquellos ‘cursis’ que cargaban el ramo de rosas con el peluche de sus enamoradas mientras ellas pedían el postre que querían, o mejor dicho, lamentando y envidiando como todos iban en parejas y que también quisiéramos ser tan ‘cursis’ pero de a dos.



Hasta ese momento ya se nos habían acercado dos niños de esos que venden rosas ‘para la novia señor’ y esto hacía que se incremente la sensación que estábamos en un mal lugar, en un mal día, la carga sentimental de los recuerdos se ponía más pesada y no había novia para liberar la mente. Como no había más por hacer decidimos caminar por la avenida Larco hasta llegar a “Larcomar”, quizá las cosas mejorarían en esa búsqueda, hasta ese momento infructuosa de dos lindas chicas solitarias, algo así como ‘dos corazones partidos por la mitad buscando ser completados’, así se escuche mal. Al momento de llegar notamos aun más parejas, todas contentas y pegajosas. Muchos corazones rojos y flechados, más peluches, algunos ‘cupidos’ intentando dar en el blanco, rosas rojas y más rosas.



No puedo negar que a pesar que no era un buen momento dada nuestra condición, la noche estaba linda frente al mar, la brisa refrescaba y el paisaje estaba muy tranquilo, como para enamorarse… En eso se apareció la tercera niña con una rosa en la mano.



—Para que le compre a su pareja—. Pronunció tiernamente y entendimos el mensaje.



San Valentín de pronto se convirtió en un ‘volantín’ para Juan quien saltó y me dijo que me vaya más lejos, que estábamos sentados muy cerca.


— ¡Oye ‘huevón’, piensan que somos gays!—.



Había pensado lo mismo pero lo había tomado con más gracia quizá, el día era para parejas, todo tipo de parejas, y había que celebrarlo nada más. Pero a Juan no le agradó mucho la situación y cuando me di cuenta estaba llamándome, tal cual pareja posesiva, desde un taxi.

jueves, 14 de febrero de 2008

Cupido al Acecho

¿Me seguirás apuntando con esa flecha y sin decirme nada más? ¿Quién quiere hacerle caso a un gordito que anda todavía en pañales? ¿Cómo confiar en alguien que me sigue desde hace horas y tiene tan mala puntería? Dime eso, respóndeme algo siquiera o ve a comprar tus desechables en la farmacia…

¿Me quiere? ¿No me quiere? ¿Es ella o no? ¿Es la chica que quiero o no?... ¡Deja de apuntarme “pañalón” y habla de una vez!

Me agacho y esquivo una y otra vez, es algo muy cómico, pero no pensé que tendría tan mala puntería y tantas reservas de municiones. Me he reído mucho y creo que eso ha llegado a molestarlo, pero no ha sido tanto como para cansarlo, está casi a punto de conseguir su propósito, del que he escapado muchas veces, casi todas las veces, con mucha maña y un poquito de suerte…

¡Está bien tú ganas!, me dejo flechar… ¿No duele verdad? ¿Pero es ella? ¡Es esa chica con la sonrisa que brilla o no! Si no es ¡No me dejo por nada del mundo! ¡Sigue bajando de peso chanchito, que no me alcanzarás!

Y ante el silencio - que me hace dudar - me escapo otra vez ¿Qué tal si duele? El amor duele a veces – todas las veces -, y ya lo he sentido antes. Pero si es esa chica que mira como viendo el mejor de los amaneceres y sonríe como imaginando su niñez en navidad ¡Qué diablos, lo intento otra vez!

Corro más rápido, el gordito está sudando, lo puedo ver antes de doblar la esquina arreglándose el pañal. ¡Pobre! ¡Y con este calor! Pero qué puedo hacer, no puedo arriesgarme y nunca me gustaron los pinchazos ni para los análisis.

Sigo corriendo entre calles pequeñas y metiéndome en distintos pasajitos oscuros para lograr escapar, mi meta es llegar a casa, supongo que no podrá entrar, ahí estaré a salvo. El gordito tiene buen físico a pesar de todo, ha corrido tanto con su carga de flechas con unas puntas en forma de corazón, y a pesar de estar muy sonrojado y sudoroso, no desmaya en su intento. En eso pisa un charco que se formó luego de la llovizna veraniega y resbala. Cae pesadamente ¡Ay!

¿Debo ir a ayudarlo? Sí. Voy hacia él pero se pone de pie muy rápido y más enojado ¡Esta vez voy a perder! A cargado más artillería en su arco y me apunta directo. Mi corazón está a mil por hora a pesar que no me ha caído nada todavía. ¡Adrenalina! Me repongo y salto a un costado y casi cayendo vuelvo a la carrera ¡Carajo, casi me da! ¡No mires atrás! ¡No te detengas!

No puedo dejar de mirar atrás y saber si algo de ventaja guardo todavía. Al llegar a la calle que está más arriba volteo rápido, para no ser un blanco fácil. Pero está todo al revés, un misil cae en mi pecho y la explosión me ciega, miles de recuerdos pasan frente a mí en segundos; días y noches, la playa y el mar, la luna y una estrella a su lado, el sol. Es ella. Es la puerta de su casa. Aún herido puedo acercarme y guarecerme, pero necesito ayuda. Se lo pido desde el piso y no se niega, su sonrisa es perfecta y atenúa el golpe, su mano entre la mía se siente tan fuerte. Me ayuda a pararme y me lleva hacia la entrada, nunca hemos estado tan cerca. Sus labios… Su corazón palpita tan rápido como el mío… Sus ojos… sus ojos reflejan… ¡A un gordito apuntándome! ¿Y lo que sentí cayendo directo a mi pecho? Sus ojos y esa sonrisa… se confabulan, me paralizan…

A dos metros nadie falla un disparo… a dos centímetros nuestros labios…