Mostrando las entradas con la etiqueta Feliz Navidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Feliz Navidad. Mostrar todas las entradas

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Señor Pavo ¿Dónde está?

En mi casa no hay pavo hasta hoy. ¿Debería preocuparme a poco tiempo de la Noche Buena? El animalito se fue volando o se olvidó de venir por aquí, ¿resulta que puede volar como un cóndor con ese tamaño?, ¿será que sabe mi dirección así como lo sabría una cigüeña venida desde París?


En mi casa no hay un corral donde pueda vivir cómodo —o al menos pasarla bien por un corto tiempo—; el señor pavo lo sabe porque de seguro alguno de sus parientes ya le ha contado de años anteriores —si llegó a ir con el chisme—. Y tal vez por eso es que no se ha querido aparecer por aquí. ¿Será que está reposando en otro lugar donde sí le otorgan esas comodidades de Diciembre con buena comida y bebida?


El señor pavo ha subido sus pretensiones, con tanto tiempo en el negocio de seguro ya conoce el mercado y hasta dibuja sus curvas de oferta y demanda. Sabe como “marketearse”. Se da sus lujos y mira con cierto aire de grandeza, infla el pecho y aletea. Todo en estas épocas, en Diciembre. Lo sabe.


Al inicio no entendí bien la preocupación por la no presencia del pavo en la casa para estos días. ¿Qué le vería de interesante venir para que lo desplumen y lo pongan boca arriba para dorarlo en un horno? Pero lo cierto es que la costumbre es muy fuerte y la sola idea de cambiar el pavo por algún otro centro de mesa comestible se me hace inquietante. No sería la primera vez, creo recordar que en algún momento de la historia familiar —en épocas del primer gobierno aprista si es que soy certero o entre apagones terroristas de los noventa si no lo soy tanto— comimos algo que mamá bautizó como “polli-pavo”. Claro, siendo un niño me la creí, que esa ave más pequeña era una suerte de “producto alternativo”, pero hoy no dejo de imaginar esa mesa sin el señor pavo que no quiere aparecer.


No hay pavo esta Navidad en la casa, al menos hasta hoy no. El otro problema es que no sé dónde encontrarlo y no entiendo cuando mamá me dice “vamos a buscar un pavo”, como si hubiese una especie de empresa seleccionadora de donde escogerlos. Y si lo encuentro de casualidad, porque en estos días se los ve en muchos sitios, no entiendo cuál es el más simpático y atractivo para la fiesta navideña. Que si está gordito, ¿osea, en este caso no importa que el ave esté fuera de forma física? Que si tiene mecha, ¿qué mierda lo vamos a prender como cohetón? Pobre señor pavo, no creo que quiera llegar a la fiesta si sabe eso. Que si está limpio, no sé, ¿lo huelo?, ¿tengo que olerle el ala?


En mi casa no hay pavo hasta hoy, y lo cierto es que queremos tenerlo (no sé si yo más que todos). En gran parte por la costumbre, por esa tradición que está implantada como chip; porque no quiero quedarme con la imagen de Gastón cortando uno y poniendo esa cara de felicidad indescriptible con palabras o letras; porque no soy vegetariano ni quiero serlo; porque no sé qué más podría cenar en Noche Buena.


He bromeado hasta aquí, pero ya casi llega el día y confieso que me interesa el tema. No entiendo cómo elegirlo, no entiendo cómo se lo prepara, pero sí sé que cuando está en la mesa en Navidad no importa nada de eso; lo respetamos, todos lo miramos, le decimos que sí es atractivo, que no hay nadie como él, que es el anfitrión perfecto para la fiesta navideña.

Venga señor pavo, no se olvide de llegar, lo queremos.



Derechos Reservados 2009. http://comolarecuerdo.blogspot.com/
**Imágen de internet.



lunes, 24 de diciembre de 2007

Memoria Navideña





—Papá Noel dejó mi regalo, y no lo vi. ¿Por qué no me desperté? ¿Estará todavía por acá?— piensa, aún somnoliento e inquieto, un niño al despertar con la luz del día que pasa a través de la ventana de su cuarto y luego de encontrar una cajita de regalo, a sus pies.






Todo el día anterior a la Navidad se la pasó pensando en cómo sería cuando Papá Noel le entregaría su regalo; su madre le había repetido muchas veces que él era un abuelito muy discreto, que ni siquiera se daría cuenta cuando llegue, pues le gustaba entrar sigilosamente por la casa sin despertar el menor ruido. El niño, habiendo escuchado esto, no se tranquilizó para nada, más aun, imaginó todos los lugares posibles por donde llegaría.


—Debe ser por el techo, no hay otra entrada. Llegará con su bolsa grandota ¡Pobre, la puerta es muy chica! ¡Ojalá no se desanime de entrar y no pueda dejarme el regalo!—. Repetía para sí, mirando al tragaluz de la casa.


Caminaba por todos sitios, iba y venía pensando en cómo haría Papá Noel para entrar —No te preocupes, él sabe lo que quieres y te lo dejará en casa ¿Recuerdas que te ayudé a escribirle la carta? Tendrás lo que le pediste, es viejito pero tiene muy buena memoria—, escuchaba casi sin atención. La intriga y la imaginación fantasiosa que lo llevaban a lugares increíbles como los de los programas de la tele lo dejaban pasmado.


El día cayó y ya no tenía el shortcito sucio ni las rodillas raspadas y blancas, estaba muy limpio. Mucho champú Johnson en su lacio cabello negro, la ropita nueva —unos jeans desconocidos en niñitos en esos tiempos—, los zapatos “Ardilla” relucientes y miles de hormiguitas en la barriga, que lo hacían correr por todo lado y deseando abrir de un lado las cajas bien forradas con papeles de colores para poder saber el secreto que guardaban.


Esperó sentado, parado, tranquilo, intranquilo, yendo detrás de su mamá, entrando a la cocina y viendo un gran pavo adornado, muchas botellas y cajas de panetones. Saliendo y yendo otra vez hacia el árbol de navidad con los regalos envueltos. Preguntó cientos de veces por la hora —Todavía no es hora hijo, debes esperar un poquito más—. El reloj pareciera que se había malogrado, ansioso porque lleguen las doce. Que no llegarían para él, no sin que lo sepa.


Esa madrugada Papá Noel supo entrar sigilosamente a la casa luego de ver que se quedó dormido antes de la cena. Entró pesadamente por el techo seguramente, bajó las escaleras, entró por aquella puerta pequeñísima para él y al llegar a la habitación donde estaba lo miró con una larga y deslumbrante sonrisa.


Papá Noel siempre supo que quería aquel carrito, lo había visto quedarse con los ojos fijos en la vidriera de la tienda —¿Leyó la carta? ¡Lo había estado vigilando! ¡Mamá tenía razón, quería saber y estar seguro que había sido un niño bueno!—.


A pesar de haberse quedado dormido, entre sueños recuerda que abrió sus ojos cuando unas luces aparecieron por debajo de la puerta danzando alegremente. La sombra de la figura que vio en ese sueño no es tan grande y robusta como la del anuncio de Coca-Cola de la tienda de sus abuelos. Y son dos sombras —¡Papá Noel tiene una compañera, que le ayuda!—. Una compañera que en todo el día supo cómo contener todas sus ganas y desesperación, sin desaparecer la fantasía. Que supo en los años siguientes enseñarle a tener paciencia para llegar a las doce y abrazarlo. Que también enseñó a ese Papá Noel que se afligía por no poder tener una bolsa más grande que significara regalos más grandes, que ese día especial no sólo es para comprar y obsequiar los artículos más bonitos —y costosos— que salían en las publicidades. Eran mediados de los difíciles años ochenta en el Perú.


A los dos, que se siguen apoyando el uno al otro, más de 20 años desde el recuerdo del niño, que hoy publico. Y que aún hoy siguen alimentando esta fantasía navideña. ¡Feliz Navidad! Los amo. Día a día.



**El deseo de unas felices fiestas para todas las personas que alguna vez leyeron el Blog, a los que les gustó y a los que no. Deseo que estén contentos, aprovechen y disfruten los momentos que nos unen en familia, porque cada vez son menos y más cortos. Sobre todo, salud. ¡Pásenla bien!