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miércoles, 15 de agosto de 2012

martes, 14 de agosto de 2012

martes, 19 de junio de 2012

Otra, otra, otra vez...


Un tipo blanco, de tamaño normal, gordo, calvo y con barbas canas, de aspecto urbano sedentario, sonríe haciendo bromas en el restaurante. Su hijo pequeño juega en aquellas  cárceles "aquieta muchachos" con paredes de mallas, escaleras y piscinas repletas de bolas de colores. —Es tan atrevido y ágil como el padre—, repite orgulloso hasta que le advierten que el intrépido niño ha subido hasta donde no debería.

 —Ya no puede bajar, ahora mismo voy… Eh, vieja, ¿puedes ayudarme?   —Dice en tono más bajito para pedirle ayuda a su esposa, mucho más joven, lo que desata las bromas y risas de sus demás acompañantes.

Todos nos atrevemos alguna vez a llegar a donde se supone no deberíamos, pero ¡qué aburrido sería no intentarlo aunque sea una vez así nos golpeemos duro!

 —Ven hijo, sígueme, sí puedes bajar, solo inténtalo despacio…  —Y el niño va siguiendo a su mamá ante la atenta mirada del hombre gordito bonachón pero que no tiene fachas de que ni a la edad de su hijo haya subido a un carrito de carrusel.

 —Yo iba a ir sólo que ella se me adelantó —Dice como queriendo apaciguar las burlas. “Pues ahora puedes demostrarlo, tu hijo volvió a subir”, se escucha en una de las voces. El niño va otra vez, sin miedo no hay experiencia. Sin intento no hay momentos.


martes, 22 de mayo de 2012

Por unos milímetros



Un viernes antes de las siete de la noche caí al césped por una falta intencional de alguien que no entendía lo que era un juego de fútbol, solo un juego sin premios ni copas, ni fama mundial. No creo que sea de los que horas antes hubiesen visto la final de la Champions. Ese mismo viernes regresé a casa cojeando con mucho dolor a ponerme hielo en la rodilla, pues era lo único que podía hacer. De la forma como había sido la caída y lo que había sentido esperaba lo peor.


El sábado me atendió un médico, no especialista en ese tipo de lesiones, pero que me ayudaría a aliviarme un poco hasta el lunes. Me hizo algunas pruebas y no pensó que sea algo más grave que una fuerte distensión. Esperé que fuera eso y nada más, solo cuestión de antiinflamatorios, descanso y tiempo. El lunes pude ir a un traumatólogo y las noticias cambiaron al hacerme la prueba, tenía el dolor en la parte externa y posterior de la rodilla, había algo que hacía un pequeño ruido como cuando una astilla choca con algo más duro y aun no podía doblar la rodilla sin sentir que se me trababa.


—Para mí te has roto el menisco— Me dijo muy serio y era como confirmar algo de lo que esperaba en mis proyecciones pesimistas.


No tenía los ligamentos rotos aparentemente, no había problemas en los huesos de la rótula, pero sí había unos milímetros de menisco que impedían que mi rodilla pudiese tener flexibilidad. Unos milímetros que hacen que mi vida no sea normal por estos días y que cambian la forma como me gusta vivir, haciéndome parecer casi un inválido. Tener que cambiar la rutina, como si esa palabra en estos tiempos sea bienvenida, a estar sentado o echado, a solo conformarme con ver deportes en la televisión y no hacer ninguno hasta que pueda recuperarme (si se confirma lo de la operación), se me hace una tortura. Aun así, no sé qué me pasó en el mismo momento de escuchar el diagnóstico, pero lo tomé con más tranquilidad de lo que cualquiera esperaría, creo que recordé cuando siendo adolescente y tuve un problema similar, pero menos grave, en el cual el médico de turno me golpeó fuertemente, aun más que un rival en una cancha, diciéndome que “no vuelva a hacer deporte”. Esta vez me dije a mí mismo que podía superarlo otra vez.


Esperaré la resonancia y esas esperas, desesperan, pero hay cosas que no se pueden saltar, menos aun con una rodilla herida.

viernes, 4 de mayo de 2012

El escritor y yo.


Hace unos años me invitaron a una conferencia que daría un escritor renombrado, que ahora vive en el extranjero, sí pues, quizá la única forma de que alguien que se dedique a esto y solo esto de escribir pueda tomarlo como una forma de vida. La invitación tenía un lado especial para mí, según la persona que me la hacía llegar, el mismo escritor provinciano pero ya extranjero, había leído algunas pequeñas cosas mías en internet y había comentado que le parecía interesante que alguien que vivía y escribía en una provincia como la suya tenga “algo” de talento. Dudé de esto, habiendo tantas miles de personas que escriben en internet era un sueño que alguien de su talla pueda interesarse en siquiera leer un par de líneas; el único detalle que parecía concordar era que a través de sus correos electrónicos (dirigidos a la persona que me animaba a asistir) me había descrito, o al menos a mi blog, de manera muy cercana y el hecho de que su lugar de nacimiento sea el mismo al de muchos de los escritos que había publicado le daba alguna pizca de probabilidad. Aun a pesar de mis dudas el aliento del tipo “me ha dicho que le gustaría conocer a ese muchacho que escribe” hizo que tenga en cuenta el evento y decidí asistir.


Había leído algunas publicaciones anteriores de aquel escritor provinciano ahora ya extranjero, su estilo narrativo me gustaba, me parecía entretenido y fácil de leer, además en algunos de sus libros contaba acerca de su niñez en ciudades pequeñas que conocía y eso me hacía sentir cercano sin conocerlo. En su etapa de residente extranjero publicaba en internet para varios medios internacionales y hablaba mucho sobre el tema de la inmigración latina a la nación más poderosa del mundo y las dificultades que encontraban sobre todo los que llegaban en los años post 11 de setiembre. Su sensibilidad para encarar estos temas era de resaltar y me lo podía imaginar dándole la mano (apoyando) a cualquier latino sin suerte en el país de las oportunidades.


El día de la conferencia llegué temprano, entré al auditorio que aun se estaba copando y busqué un lugar como a la mitad. En las sillas de la primera fila estaban algunas personas mayores, todas ellas autoridades y seguro familiares o allegados al escritor. Aguardamos algunos minutos hasta que apareció por el centro de la sala, entrando casi como un actor famoso que llega a ver a sus fans. Saludó a las personas que se le acercaban y con algo más de efusividad a los que lo conocían de antes, siempre sonriendo y diciendo que estaba feliz por regresar a un lugar que lo acogía siempre y del cual tenía muchos recuerdos.  Empezó a dar su conferencia en la que habló sobre su nacimiento en una ciudad pequeña para pasar a las historias sobre su último libro que también presentaba. Escuchamos atentos a un escritor que parecía estar muy cercano a todas las personas que estábamos ahí y que también compartíamos la vida provinciana. Su manejo de escena fue impecable, por algo estaba donde estaba, pensé.


En cuanto a mí las instrucciones eran claras, “quiere que te quedes al final para conocerte”, y a pesar que no soy muy afecto a esas situaciones, aguardé hasta que terminara de saludar y firmar todos los libros que le traían. Cuando ya estaba por quedarse vacío el lugar coloqué mi libro sobre la mesa y cerca a sus manos, lo saludé y me presenté. Levantó la mirada y las cejas como diciendo “¿y qué deseas?”, lo cual me produjo una sensación de extrañeza. Le dije un par de palabras sobre su conferencia y me pidió que le diga mi nombre para hacerme el autógrafo en el libro, cosa que en realidad no me importaba mucho en ese momento. Esperé hasta que haga unas fotos y firmas más porque imaginé que quizá no me había escuchado y volví a decirle que era “el chico del blog de quién había comentado quería conocer” y el escritor provinciano ya extranjero ahora sin la sonrisa de su entrada al auditorio me volvió a mirar y colocarse para una foto, la cual no había pedido pero conservo en algún lugar. “Ah, sí seguro, ya estoy de salida, ¿te firmé el libro no?”, fue lo último que escuché de su presentación.


Y se fue rápidamente de aquella provincia a otra cercana que sí tiene muelle y mar, donde sí hubo club de gente de la alta sociedad de esos tiempos que sigue conversando en los mismos sitios y recordando lo que sus abuelos y padres tuvieron, donde nadie viste ni calza mal, a la provincia de la cual sí se puede decir abiertamente que es donde se nació. Se fue olvidando la sensibilidad que sí transmite a través de sus relatos para el mundo cuando habla de los latinos que sufren buscando un sueño en tierras que le son extrañas, se fue olvidando que nació en una provincia que en sus tiempos solo fue un distrito pequeño y polvoriento, que tal vez por ese motivo no se menciona cuando se está en otra parte del mundo y se habla en un idioma más universal (o comercial).


Se fue ya sin la sonrisa que tuvo al llegar y que encantó al auditorio. Yo olvidé su libro en algún lugar, ese al cual estampó un autógrafo al apuro con letra ininteligible como su actitud.







jueves, 3 de mayo de 2012

Unos botines de fútbol.


A mi sobrino de doce años le acaban de regalar unos lindos zapatos de fútbol Adidas en color blanco, que me trajo a mostrármelos muy contento. Está en la edad donde salir en grupo de amigos a jugar fútbol es más que un deporte y diversión (y todavía no interesa mucho que hayan chicas alrededor), se trata de ser parte de un equipo y mostrar que se puede ser el mejor, ser a quien todos tienen que seguir, algo así como el gran “capitán” y que no importa tanto si se juega bien o mal, eso se arregla comprando también la pelota sin la cual no se podría empezar el partido.


Recordé que cuando tenía más o menos su edad también quería unos parecidos; en ese tiempo no eran de colores solo habían los clásicos negros con unos tacos de acero, alucinantes y costosos también. Los había visto en una tienda y conforme pasaba el tiempo y llegaba la temporada de campeonatos escolares mi ansiedad por tenerlos crecía. Entonces fui ahorrando cada moneda y billete que llegaba a mis manos ya sea por propinas de los tíos que llegaban de Lima o dejando de comprar golosinas en la calle. Hasta hoy tengo la alcancía donde ponía día a día cada céntimo, eran de esos cerditos hechos de yeso que regalaba un banco, creo que de esos días me quedó la idea de tener ahorros para algo que desee hacer o tener.


La fiebre del Mundial de Estados Unidos hizo que mis deseos crecieran. Este campeonato fue el primero que vi con atención, ya teniendo edad para comprender lo que pasaba en una cancha. Siguiendo los partidos en la televisión veía como esos zapatos de fútbol estaban en los pies de casi todos los jugadores famosos y los quería para poder hacer las mismas jugadas en las canchas polvorientas y de césped con espinas de la ciudad. Llegado el momento rompí el chanchito, conté mis monedas y billetes uno por uno para no equivocarme y como deseando que se multiplicaran. Se los di a mis papás que viajaban a una ciudad cercana donde habían algunas tiendas deportivas grandes. Esa tarde no dejé de pensar en mis botines nuevos.


Cuando en la noche destapé la caja que contenía mi espera y ansiedad me di con la sorpresa que no se parecían en nada más que en el color a los que estaba esperando. “No debí decir que si no encontraban los que les había descrito podían comprarme otros”, me dije decepcionado y tratando de no reclamar ni parecer tan disgustado, aunque eso nunca he sabido ocultar. Acepté los nuevos botines sin pedir más explicaciones, pero ya no me imaginé haciendo las maniobras de los futbolistas del Mundial. ¿Roberto Baggio no juega con estos o sí? ¿Y Romario haría goles sin sus botines profesionales?...


Jugué con ellos todos los partidos en los cuales salimos goleados, nuestro equipo era de unos pequeñines en comparación con los demás colegios. Pero me di el gusto de hacer unos goles, al menos uno de tiro libre y atajar un penal a uno de los goleadores del torneo cuando por razones del destino (en realidad estábamos cayendo súper goleados y era el más alto de ese equipo) entré al arco en un partido difícil. Estoy seguro que ni con los Adidas la historia hubiese cambiado y si no los tuve nunca fue porque el destino no lo quiso así, ni tampoco las secuelas de la crisis financiera del país luego del “fuji shock” de los noventa.




miércoles, 2 de mayo de 2012

Son 102.


Después de casi tres meses de haber caído en cama, mi abuelo caminó hasta su sillón en la sala. Él tiene (en este 2012) más de 102 años a cuestas y algunas enfermedades por las cuales varias veces escuché decir a los médicos que no debería de haber pasado los ochenta, como máximo.


Los días y noches, en especial las madrugadas, desde que entró en su cuarto para no salir han sido difíciles para todos. Estábamos acostumbrados a verlo desayunar en la mesa, a almorzar juntos y cenar también esperando alguna ocurrencia suya, todo eso cambió casi de la noche a la mañana y nuestra rutina también varió violentamente. En casa, en cuestiones de salud, no tuvimos suerte en el inicio de este año y tener este golpe, a pesar que con esa edad cualquier persona diría “es algo que se puede esperar”, nos dejó con los nervios de punta. A pesar que, tendríamos que estar preparados para lo peor por cuestiones mismas de la vida, créanme, al vivirlo nadie lo espera ni con mil horas de preparación psicológica.


No es la primera vez que el abuelo cae enfermo, con su edad cualquier problema hace que no sea favorable para él y a pesar de los extremos cuidados de mamá y de mis tías hay cosas que no se pueden controlar y hasta un resfrío resulta peligroso. Recuerdo que en todas aquellas ocasiones hemos repetido el nerviosismo, las caras largas y tristes alternadas con tensión. Comprensible, diríamos.


‘Son 102 años, qué más podríamos pedir’, le dije a mamá una mañana igual de triste como las anteriores, con el abuelo sin probar alimento alguno y echado en su cama, si lo hacía era por ruego nuestro, ‘una cucharada y no quiero más’, nos decía dejándonos con la sensación de perder una parte de la vida sin poder hacer más. Era como ver una luz que poco a poco se iba apagando sin remedio, porque para complicar la situación los medicamentos recetados ya no son tan buenos para él sino que poco a poco lo van intoxicando, lo que le hace bien para algo lo debilita en otro lado.


Esto me ha hecho adoptar una postura comprensiva ante varios sucesos de la vida, y es que cada quién vive su propio sentimiento interior ante un problema, ante la tristeza y va sumado a lo que se tiene que pasar en el día a día y las relaciones con otras personas. Aun así, reconozco que muchas veces solo deseé dormir y despertar en el futuro. Hoy regresé de hacer un poco de deporte, porque eso también ayuda a cambiar el ánimo, miré por la ventana de la sala para pedir que me abran la puerta y vi a mi abuelo sentado como antes en su sillón y a todos mirándolo, contentos. Sé que a estas alturas de su vida pedirle más es un pecado, que sea lo que Dios quiera, cuando lo quiera.


Hay tantas caídas fuertes, ¿no?... Y a veces siendo jóvenes ante cualquier problema pensamos que soluciones o mejores días no habrán, que quizá las segundas oportunidades para nosotros mismos o para otras personas no existen, ¿por qué no podríamos ponernos otra vez de pie y continuar?
Estoy consciente que el tiempo se agota y que no lo voy a tener mucho, pero me siento inmensamente feliz de tenerlo aun y de haber aprendido parte de la vida a su lado. Estas mañanas despierto y voy a su cuarto, lo veo sentado en la cama, me acerco, tomo sus manos y lo saludo con un beso en su cabeza. ¿Cómo estás hijo? ¿Cómo están las cosas hoy?, me pregunta como para asegurarse que estoy bien y que no me falta nada.


No me hace falta nada papá Juan, a tu lado lo he tenido todo, hasta hoy que te escucho... 


martes, 1 de mayo de 2012

¿Qué estás pensando?


He llegado a la última página de un libro que comencé hace como cuatro meses atrás. Lo considero una barbaridad ya que referida obra no fue aburrida ni trata sobre matemática o física cuántica. Pero confesaré que me considero un mal lector y de seguro esto no es creíble para algunas pocas personas que me conocen o tal vez sea una decepción. Pero así es esta parte de mi realidad influenciada por la nueva y fastidiosa manera que los jóvenes adoptamos de leer cosas así de rápidas como un ‘tweet’ o una publicación del tipo ‘qué estás pensando’ de redes sociales. Lo cierto es que leemos el titular más no seguimos con la noticia. Si hasta aquí te aburrió lo que escribí no te culpo, yo hago lo mismo con muchas de las páginas que empiezo a leer, o las dejo para después o para nunca jamás y que me la cuente alguien si se da el caso.


Ante todo esto y algunas revoluciones mentales y sentimentales más, he pensado que debo cerrar (aun no sé si definitivamente) mi cuenta en Facebook y tal vez también la de Twitter, para poder hacer cosas distintas y quizá volver a intentar la usanza antigua de leer libros en papel, diarios, revistas, etc. (Además para realizar algunas decenas de actividades más que se dejan de lado por andar mirando la pantalla de la computadora o del Smartphone). Esa idea ha rondado mi cabeza varias veces y aun dudando que sea la solución completa, debo decir que no resulta tan fácil y estoy consciente que hasta puede ser una acción que produzca un arrepentimiento posterior. Tanto lío me ha causado al punto de llegar a cuestionarme esta decisión auto respondiéndome con algunas preguntas (Sé que suena incoherente y no me interesa mucho si hasta aquí ya más del 90% de personas que iniciaron esta lectura dejaron de hacerlo en el primer punto y aparte):
¿Y cómo te enterarás de lo que pasa en el mundo (o hasta con el perrito de tu amiga) en tiempo real?, ¿acaso no has ganado dinero manejando cuentas de redes sociales?, ¿no ha sido tu fuente de ideas para algunos casos? Y entonces me detengo y digo que ‘puedo manejarlo’, que a pesar de eso podría vivir de manera distinta a los demás.


Pero la mente rápida repregunta como para ‘rejoderte’ y te deja sin piso: ¿No es ahí donde se responde lo que todo hombre desearía saber? Esa preguntita que pasa desapercibida de tanto verla pero que muchos pagaríamos por tener la respuesta en todo momento, esa de: ¿Qué estás pensando… mujer?


Username… Password… Click… ¿Qué estás pensando?

viernes, 9 de marzo de 2012

Algo anda mal


A los tres meses, más o menos, le dije el primer ‘te amo’ a la enamorada con quien más tiempo estuve. La expresión que puso al escucharme, una mezcla de alegría con sorpresa y extrañeza, fueron más que suficientes para darme cuenta lo mucho que me había costado pronunciar la frase.

Creo que cada tres meses les digo a mis padres que los quiero, no sé si porque tontamente considero que ellos deben saberlo y me detengo cada vez que estoy a punto de pronunciar las palabras. Tal vez porque no me gustan mucho los abrazos cuando me los dan porque me hacen parecer un niñito que necesita protección y me creo capaz de hacer todo solo sin necesitar ayuda.

Me cuesta mucho decir un ‘te quiero’ y se me hace un mundo para un ‘te amo’, algo debe andar mal en mí y no llegué a entrar en el círculo de regalos de frases afectuosas, de decirlas por decirlas, aun sin estar alcoholizado, porque en ese estado dicen que todos nos queremos, nos amamos y somos los mejores. Ni así pasa conmigo.

Hasta aquí soy un hombre de hielo. Equivocación común de quien dice conocerme pero que no ha logrado ver que hay mucho más que esas palabras, hay acciones para ofrecerle ese “te quiero” a otra persona. Claro, vale más si tus acciones se adornan con estas palabras, dicen. Ok. No discutiré eso, aunque lo crea cuestionable.

Quisieron que diga que “amo” y no pude. No porque no sienta amor, quizá porque algo anda mal en mí. Tal vez porque también quisiera que sean más que palabras que se dicen hoy y se olvidan mañana.

¿Me gusta escuchar esas frases? Sí, cuando son de verdad. Y las valoro mucho. A veces quisiera hacerlas mías y ofrecerlas también. Si me tuvieran paciencia.


He dicho contados “te quiero” y muchos menos “te amo”, aun así he amado como cualquier otro, he llorado, he reído, he creído en las palabras, he roto algún corazón y también hicieron retazos con el mío, ¿algo anda mal conmigo?



martes, 11 de octubre de 2011

Una ventana en el cielo


Érase una vez un atardecer en la playa, ella queriendo captar una imagen para guardarla en su cámara, él ayudando a que quede grabada en su mente [… ]

Llegaban luego de un corto viaje en el cual no dejaban de abrazarse; caminaban hasta donde el horizonte se dibujaba, ahí podían sentarse a conversar y reír. Estando en aquella banca del malecón mirando el atardecer podían olvidar que venían de un lugar donde muchos no los querían ver juntos [… ]



Esa banca frente al mar los transportaba a un sitio distinto, tal vez en las nubes o en medio del inmenso mar, un lugar donde hacer algo nuevo sí era posible, donde nadie se fijaría en los demás porque el paisaje sería lo más grandioso [...]

¿Has visto el cielo? ¿Has visto el color que tiene? —Le dijo para hacerlo abrir los ojos y mirar al frente. Él vio el horizonte como despertando de un trance, había estado concentrado recordando los momentos que vivían juntos en el tiempo que podían.

Y parece que el mar y el cielo se juntaran. Se reflejan los mismos colores y son como uno solo. —Respondió él que había estado muchas veces ante el mismo cuadro pero que no había notado lo que ella le haría ver con detalle.

Sí, ¿pero has visto ese espacio de donde sale una luz? —Le respondió sin dejar de ver al cielo, donde se abría un espacio entre los colores rojos, anaranjados, grises, morados y azules que se mezclaban en ese momento.


Ambos miraron al espacio que estaba entre el cielo y el mar. De entre las nubes que estaban con diversos matices del atardecer aparecía una luz que bajaba hacia el mar, era como una ventana que se abría y a la que nadie más tenía la suerte de poder ver, solo ellos dos. Ella trataba de obtener la mejor imagen con la cámara, quería recordar ese momento, tenerlo de alguna manera para toda la vida.


¡Hola jóvenes, buenas tardes! ¿No se te antoja un chocolate para que le regales a tu novia? —Dijo sonriendo una anciana que siempre caminaba por todo el malecón ofreciendo golosinas y bebidas [...]


¿A cuánto el chocolate? —Dijo devolviéndole la sonrisa y sacando unas monedas del bolsillo. Pensó que también miraba el paisaje pero no lo hacía, tal vez eran muchos los años que aquella anciana había mirado al cielo y al mar, habían sido muchos los paisajes bellos y ya no le sorprendía. [...]


Esa ventana en el cielo era como un portal hacia otro mundo ¿Por qué no ir?, pensaron. Y se tomaron de las manos, cerraron los ojos y se besaron. Al estar en otro mundo se vieron tal cual eran, dos personas deseando vivir en paz, diciéndose la verdad, aceptando tener muchas imperfecciones pero que tenían la voluntad de apoyarse para ser mejores. [...]


Estuvieron así buen rato hasta que la noche cayó y solo quedaban los faroles del malecón acompañándolos; atrás la iglesia y el parque donde se sentaban, delante el mar oscuro y el muelle cortándolo, por momentos la luz del faro apareciendo para recordarles que el mundo seguía dando vueltas y que el tiempo existe. [...]


¿Sabes que te quiero, verdad? ¿Sabes que no hubiese querido a ninguna otra persona para compartir este momento? —Pronunció él a su oído con sinceridad. [...]


Recordaremos este momento en el futuro, ¿crees que volvamos a ver estas tardes como una película en la mente y que sentiremos lo mismo que hoy? ¿Crees que nos de nostalgia y quizá nos ponga tristes de no saber si se volverá a repetir? —Le preguntó ella, dándose vuelta y mirándolo a los ojos.



Los recuerdos importantes son los que te hacen sentir algo, sino no serían nada. Pasar de lo triste a lo feliz o al revés es algo que se hace más rápido de lo que se piensa. Cuando recuerdes y sientas que estás poniéndote triste voltea tu recuerdo. Haz que sea un recuerdo feliz. —Él respondió sonriendo y creyendo en sus palabras, la besó, porque no deseaba nada más en ese momento.


En una banquita cercana alguien miraba la escena y sonreía, pensaba que como aquella imagen de dos chicos enamorados frente al mar mirando el anochecer se repetían todos los días, pero que si el mundo tuviese más actos como ese sería un lugar mejor [...] 

Miró a la pareja que seguía abrazándose frente al mar, se abrigó y se cubrió la cara, nunca se quedaba hasta tan tarde en el malecón, tomó su cochecito con las golosinas y regresó a casa deseándoles una vida libre y feliz.




[Versión corta de un cuento que tenía guardado para este día. Un pequeño detalle que no se puede tocar, ni oler, pero sí sentir y tener en el tiempo... ]




lunes, 12 de setiembre de 2011

Convenciones para/con-vencer



UNO.
‘Mantener’ es la palabra que utilizó alguien ―con varios años de edad más y que me acababa de conocer― para hacerme ver que no soy un chiquillo de diecisiete años caminando con zapatillas y jeans, el cual no tiene ni idea de cómo se mueve el mundo y menos aun lo que es una relación de pareja. Se puede pensar que los años de edad son los que dan responsabilidad, los que siempre son la medida para la experiencia. Lo comprendo, es lo convencional, se piensa así, pero no todas las veces se aplica la regla y hay niños y mujeres abandonados o golpeados por ‘señores’ que han vivido mucho, demasiado.


DOS.
Creo que el género no es quien ‘mantiene’, porque de ser así tendría hijos ‘embarazándome’ cuando quiera mantener, el mundo es distinto y se comparte, también eso. Pero aun no se escucha con frecuencia en la calle que la libertad de género incluya que tanto hombre como mujer sean responsables, sino que el hombre que no lo fue como para comprar condones sí lo sea al momento de comprar pañales.


TRES.
Por mucho tiempo me he negado vivir dependiendo de una rutina, aunque a veces sienta que se cae en eso sin poder hacer nada para remediarlo. Cuando se tiene la oportunidad de romper esa línea se disfruta y se amarga el momento de solo saber que es temporal y fugaz como un fin de semana. Para todos les resulta mucho más fácil quejarse de la rutina del trabajo que hacer el mismo trabajo. ‘Si no me quejo no trabajo igual’, parecen pensar y continúan.


CUATRO.
Lo que a todos les parece normal es que hay que salir a trabajar ocho horas ―en el papel― con un traje y zapatos (y si se puede trabajar en un banco), solo así se es parte de la sociedad. Me habré equivocado en pensar lo contrario quizá y así se es feliz.


CINCO.
La mayoría está de acuerdo en que cuando no es prioridad trabajar en oficina y sí lo es escribir, cantar, pintar, o estar en cualquier locura propia de ‘personas extrañas’, pues, se está demente y perdido. Una cosa más que la otra, pero ambas consideradas parte de un grupo con el que solo se conversa, se escucha, se envidia secretamente y se escapa para no ponerlos de ejemplo a los niños.


SEIS.
Querer a la pareja es para la mayoría proyectar una casa, dibujarla grande y con todas las comodidades que se pueden imaginar, si no es así pueda ser que estés jugando o te jueguen luego. La billetera manda, sí. No preguntes ni que te pregunten si la quieres o te quieren, respóndete si tienes cómo darle la vida que sueña o que su madre ―tu suegra― le enseñó a soñar.


SIETE.
Para muchos terminar una relación es perder. Les preguntaría qué hicieron mal para pensar así, qué fue lo que estuvieron haciendo mientras entonces si no vivieron nada. Romper una relación es alejarse e intentar vivir otras realidades porque algo no funcionó de a dos, esos dos. Lo que se vivió no se pierde. No, la parte del dolor tampoco y es la que se sigue recordando aun pasados los años.


OCHO.
Algunas personas creen que ser competitivos es ver rivales por donde vayan y que deben ganar a pesar de las consecuencias. El verdadero sabor de la victoria está en no haber inventado un rival, sino en vencer lo que ocurre en el momento menos pensado y que el saldo no diga que dañaste a otra persona indefensa en el camino.


NUEVE.
El mundo te enseña que debes hacer de todo para conseguir lo que quieres, aun a costa de alguien más, estamos en una guerra que considera y aprueba ‘daños colaterales’, así les llaman. Me resulta como llevar una granada en las manos la cual tengo que decidir hacerla estallar en campo enemigo estando con mi tropa cerca, a pocos metros. En una guerra al final todos salimos dañados.


DIEZ.
Es cierto, lo que todos creen, o creemos, va de acuerdo a cómo vamos viendo girar un ‘mapamundi’ que nos pertenece. Aun quiero divertirme, ser yo mismo y molestar al mundo. Quien quiera arriesgarse a estar cerca, que esté consciente de esto.

miércoles, 20 de julio de 2011

Como un cubo de hielo


Se ha dicho de mí que soy tan frío como un cubo de hielo, lo he escuchado muchas veces, en especial por parte de las chicas que minutos antes de ponerme la etiqueta me habían llenado de besos y abrazos por ser ‘distinto’. He intentado explicar que esa manera de actuar es algo que me ha acompañado desde que tengo uso de razón, hasta recuerdo que mis padres quisieron que sea más expresivo con las personas, que muestre mis sentimientos, pero no pudieron lograr que lo haga. Pero no creo que eso me convierta en un témpano. “Que escriba todo lo que pienso y sienta en un papel, que lo deje un día, que lo lea al siguiente y luego lo destruya”, me dijo una psicóloga. ¿Para qué tengo el blog?, refuté.

“Hay momentos”, digo y creo, aunque sepa bien que el tiempo es un tirano. Hoy aceptaré tener un carácter especial, por no decir fregado; le dicen “frío” y ya no me atrevo a desmentir con tantas ganas como antes. Pero lo que no cuento por temor a quebrar mi escudo es que sufro tanto o más que alguien quien sí demuestra sus sentimientos abiertamente. Muy pocas veces dije que extraño demasiado un abrazo o un beso, que me duelen las palabras ofensivas, que quisiera no ocultar mi pena, mi angustia o algunas lágrimas que escapan al control cuando escucho alguna canción que me lleve a un recuerdo. También he secado, antes que todos las vean, esas gotas que caen por mi rostro al ver una película que toque parte de mi vida o de lo que quiero o quise.


Sé que muchas veces se necesitan palabras dichas o escritas para mostrar que se quiere, que se extraña o que se ama, lo que no sé es si a todos nos gusta que se escriban tan solo por llenar un espacio, por cumplir con lo que se debe o se dice que debe ser. Estoy consciente que estas palabras valen, pero más aun estoy seguro que la persona que las dice debe acompañarlas por acciones que digan que ese abrazo, esos besos y ese cariño procuren que la sangre que corre por las venas caliente en invierno. Se me ha hecho siempre difícil pronunciar estas palabras o escribirlas para enviarlas, no sé si por querer ser distinto o por serlo sin darme cuenta, pero descarto la idea que muchas personas tuvieron en mente, que nunca las quise o que no me interesaban. El tiempo y lo que se vive ayuda para dibujarlas en papel o recitarlas, pero comprendo que no todos tenemos paciencia, menos aun en este mundo loco y rápido.


“Eres como un cubo de hielo, no te interesa nada”, me repitieron, creo yo que injustamente. Muchas veces ya luego de mucho tiempo o tal vez al momento de romper alguna relación. Diré que, si cuando me fui (o me echaron), no volví, no llamé o no aparecí por las mismas calles, fue (y es) porque quise llevarme la parte de pena que me tocaba conmigo y no compartirla, fue porque preferí (y prefiero) que quien estuvo a mi lado piense por sí sola qué tanto pude valer para su vida, para que luego siga sin que yo interfiera en ella. Quizá hubiese vuelto, dependiendo de los sentimientos, de las verdades, de cómo se dio el final, pero opté por dejar que realicen todo lo que por mí no podían. Díganme ingrato, yo le digo dar libertad, dejar decidir a cada quién. Díganme ingrato y frío, porque nunca pudieron ver que cada vez que se alejaba el cubo de hielo se iba deshaciendo sin remedio dejando salir el calor que tenía dentro.

domingo, 4 de abril de 2010

Una tarde donde acaban los días de playa


Carlos mira por su ventana el cielo anaranjado que poco a poco va cambiando de color y sigue oscureciendo todo alrededor. Sabe que ya el tiempo pasó y que hay momentos así, del final. Es domingo, pascua de “resurrección”, pero eso no resulta importante para él, tan solo le parece un título más de los que no van con lo que la realidad muestra.


—Es una tarde donde se acaban los días de playa y de libertad. —Recuerda con nostalgia.


Carlos piensa que muchas cosas podrían suceder hasta el siguiente verano, que no todo estará tal cual hoy; ni sus sandalias ni los shorts, ni el bloqueador solar, los que tendrá que guardar; ni la arena en los pies y la vista al horizonte tan inmenso como las ganas de vivir sin reglas.
Recuerda que hay cosas que no llegó a realizar, que las deseaba pero no pudo, que en su momento dejó ir, lamentando no tener la suerte en ese instante. Pero entiende que parte de la vida es dejar escapar, dejar escoger, tomar decisiones sin quitarle las propias a los demás. Y que las oportunidades se intentan, sin golpear a alguien más.


—Es una tarde donde acaban los días de sol y de libertad. —Respira sin dejar de ver al horizonte entre cerros que cortan el color que da el próximo crepúsculo.


Carlos escucha la misma música que hace años atrás, es la que más le gusta y con la cual se siente acompañado. Así puede imaginar que el día después de esta noche no será tan difícil y que oportunidades nuevas existirán. Entiende que hay cosas que se terminan pero que otros tiempos llegan y que se deben valorar. Sabe que muchos de los sentimientos que experimenta en este momento tienen su origen en la nostalgia de las vivencias de su niñez. Se extrañan los días y noches que se viven en lugares pequeños que mágicamente van construyéndonos un mundo donde queremos volver cuando hay libertad.


—Es una tarde que cae rápido, pero todavía después de las seis, a la que nunca quiero llegar, pero la vida es así, lo sé desde hace mucho. —Dice para sí mismo cerrando los ojos ya casi en la oscuridad.


jueves, 18 de marzo de 2010

Algunos post's para leer hoy

Estaba hace días queriendo cambiarle la cara al blog y como no sé casi nada de diseños y estas cosas encontré algunos fáciles de aplicar. Lo que me interesa es lo que posteo más que la forma, porque desde un inicio lo planeé como un borrador para proyectos futuros y para que al tenerlos en internet puedan ser criticados además, pero sé que una bonita cara es atractiva. Busco que me lean. Claro, en el camino no solo obtuve eso, también me plagiaron. Cosas que suceden y ahora lo tomo un poco más tranquilo; no me gusta, detesto las copias y los robos intelectuales, pero parece que hay que convivir con eso, hasta es una suerte de “medidor” de sintonía. Si te copian es por algo…



Me pidieron que recomiende algunos post que en las 3 temporadas pasadas (casi pasadas) me parecieron resaltantes. A mí personalmente me gusta todo, no dejo de creer que la modestia no tiene por qué sustituir al cariño que uno le llega a tomar a lo que crea. A pesar de ser un borrador trato de cumplir con las reglas que conozco y de siempre buscar un estilo propio, de ofrecer algo que pueda ser tomado como interesante (también para los que plagian).





Igual, allí les dejo, algunos post que pueden leer, todos están mezclados con cosas mías y otras no tanto, trato de que no sea tomado como un blog personal, a pesar que eso parece y eso se cree. No están con algún orden en particular (Puedes darle click a cualquiera de los títulos y podrás leerlos):





Soledad Programada: Fue uno de los más extensos y primeros, buscaba algo, quizá un estilo, lo tenía en mente y en partes desde mucho tiempo antes de escribirlo y al final me confundieron las cosas con uno popular de El Comercio cuando ni leía ese. No hay copia para nada y se nota que todavía empezaba a ordenar ideas.




Unipersonal, ese amor, el amor, el jodido amor: Es parte de algunos otros que estoy haciendo sobre cosas personales y no tan personales, pero con las que cualquiera se puede identificar, publiqué la versión recortada y saqué algunas cosas, como guardando. Tuvo aceptación, me dio gusto escribirla.




Esta Noche con Oasis: Un post sobre la noche del concierto de Oasis en Lima y más. El post es mucho más que Oasis, que la música y que esa noche en el Nacional. Está cargado de mucho sentimiento y quien lo lea y se adentre en el escrito podrá sentirlo también.




Noche Oriental: Significó de los primeros posteos pero además uno familiar y del lado menos conocido de mis raíces, la oriental, la que está ligada con China y con Mao. Resulta un poco alucinante al final, pero así también quedé yo al escuchar cierta parte de la historia de boca de mi tía abuela a quien recién conocía.




Sonrisa al desamor: Muy personal, muy interior. Lo escribí mucho antes de tener en mente al blog y lo quise poner. La soledad, el amor, desencuentros y encuentros se dan, se sienten. La escribí de una sola en una madrugada si no me equivoco. Y la entrevistadora que menciono es Rosa María Palacios de Prensa Libre, lo recuerdo.




Buenos Veranos: Son cuentos pequeñitos, pero que creo pueden gustar mucho. Me divertí escribiéndolos porque forman parte de mis recuerdos infantiles y juveniles. Muy buenas épocas.




Brenda Mau en Lima: Sin lugar a dudas los post (puse algunos más) sobre la prima Brenda tuvieron mucha acogida, es especial de personas de Barcelona y de toda España. Un buen recuerdo familiar además porque en la reunión que tuvimos en Lima pude conocer a muchos primos que no sabía que tenía. Buena noche.




Como dije, me gustan todos, luego les recomendaré más que están aquí guardados, por ahora dejo esos que no son ni los mejores ni los más populares. Me gustan todos.

Estoy escribiendo cosas nuevas, muchas no las publicaré en el blog, mantengo el sueño de publicarlas para que puedas tocar las letras con tus dedos. Ya será… ¿Algún editor(a)?




Saludos.





jueves, 4 de febrero de 2010

Pintando revoluciones


Hace unos días atrás se iniciaron unos trabajos necesarios en la casa que, como cualquier persona, pedía unos arreglos para verse mejor. Se vienen los 100 años del abuelo y tiempo ha pasado sin que se renueve la pintura. En momentos así, festivos y de centenario, todo se desea presentable, debe serlo, se quiere que los colores digan que seguimos vivos y más aun, contentos.


Pero para conseguirlo, en ese proceso laborioso en verdad, el pintor tiene que disponer prácticamente de la casa entera, teniendo potestad absoluta para quitar, para mover, para colocar una cosa sobre otra, hasta dejar todo hecho un desastre. Debo reconocer y repetir que, el trabajo es arduo, ya la vista final te hace olvidar esos previos, pero lo he vivido en carne propia, recuerdo que una vez, hace algunos años, me encargaron pintar un cuarto pequeño de la casa y la vi fácil. Error grave, terminé todo pintado, sucio, oliendo a corrosivo y esmalte por varios días, además de agotado y sin un resultado satisfactorio, renuncié a seguir con el favor que consistía en más espacios por pintar.


Entonces al inicio, luego de haber decidido pintar la casa, todas las cosas se salen del lugar donde las sabemos ubicar, no encontramos lo que necesitamos a la primera, pregunto por algo y nadie da razón — ¿señor pintor vio donde quedó mi taza para desayunar?—, hasta caminar se hace difícil porque se puede chocar con un balde de corrosivo o la escalera. Estrés.


Cuando se quiere renovar algo primero se pasa por un proceso de desastre interior, ¿no? Cuando se siente que se debe cambiar, instintivamente se inicia rompiendo lo que se da por inútil, por excesivo o dañino, se van lijando y raspando las capas de las anteriores pinturas para poder poner la nueva. Se quita lo inservible y pasado. ¿Te das cuenta que a veces tratas de solo maquillar algo, de pintarlo pero sin sacar la capa anterior? ¿Queda bien el trabajo luego? Creo que no es lo mismo. Resanar es una cosa y renovar otra. Pero decidir hasta qué punto se harán los cambios es el tema, un riesgo porque no se sabe si al final se eligieron bien los matices que se llevarán en el futuro.


Ahora mismo la casa es una revolución amarilla, lo digo por el color elegido. Una revolución que intenta cambiar, dar otra cara a la casa. En algunos sitios ya el trabajo está terminado y se nota el cambio, algo más fresco, nuevo. No se quiere ni tocar las paredes para no mancharlas.


El estrés irá pasando a medida que la pintura vaya secando, con ella nuevos colores quedarán y eso ayudará a la intención de vitalidad. Así pasa cuando nos decidimos a cambiar los colores de nuestros paisajes diarios, ¿no? Toda una revolución, no amarilla quizá.

miércoles, 13 de enero de 2010

Escribiendo para el Abuelo

Hoy (técnicamente ayer porque ya es madrugada) ha sido un día difícil, de esos que no se esperan, de esos que se quisieran lejos, borrados de cualquier calendario o agenda. La primera semana de este año 2010 la pasé en un régimen casi carcelario de estar tirado en la cama y comiendo galletas de soda con agua o alguna sopa de dieta, debido a un jodido virus o a una infección estomacal. Me trató mal el arranque, pero como dicen, hay que retroceder un paso para avanzar dos, a veces. El problema es que al dar el saltito hacia atrás para tomar el impulso también descuidé algunos compromisos laborales. Y hoy me pasaron factura, como rompí todo planeamiento me rompieron el oído con llamadas al celular y no hay opciones, responder y trabajar.

Pero lo más inquietante pasaba por el lado creativo. “Hazte una notita, un escrito sobre el abuelo para ponerlo en las tarjetas de invitación por su centenario”, escuche con la cabeza repartida en varias partes. Sé que muchos piensan que cuando se escribe se puede hacer el momento que se quiera y tal cual oficina, también se puede tener un horario fijo. De ocho a ocho. No me pasa, cuando algo viene a mi mente puedo estar bajo el agua nadando o bajo el agua duchándome, es así. Y no quiero que lo que escriba, así sea pequeño sean solo letras escritas como para in informe. Tienen que tener una lágrima, una sonrisa, quizá.

Entonces el día siguió igual de cansado y caluroso y a pesar que he escrito varias veces para el abuelo —para mi abuelo materno— me resultaba difícil. Hoy me preguntaron si tenía alguna influencia en lo que escribo —“porque debo tenerla”— y de donde provenía mi inspiración. Les cuento, él, sin ser escritor, conforma la mayor parte de mi inspiración, de mis recuerdos, de mis pasos, de mis letras. Son casi cien años de historias y de los cuales formo parte. Algo incalculable para valorar y para agradecer a la vida.


Entonces estoy aquí y dije:

Piensa, siente, recuerda; ve hacía atrás cuando eras niño; regresa, detente, vuelve a cerrar los ojos; escucha una linda canción. Que las letras que dibujes sean poquitas, porque no alcanzarán todas las que quiero poner, pero que sean mías y también de alguna persona en este mundo que haya conocido a esta extraordinaria persona ya centenaria y legendaria, a mi abuelo JUAN LEÓN MEZA.

Porque si cada uno se mentaliza en alguno de sus recuerdos encontrará un poquito siquiera de esto. Podrá sentir esa mano hábil y artista que pintaba lienzos, lo cual me apena decir, no logré aprender porque era muy niño cuando me quiso enseñar. Escuchará esa voz, casi militar, que aun con esos cien años encima sigue siendo firme. Que muchas veces surgió como voz de la conciencia para elegir el buen camino. Y también en ocurrencias para alegrarnos el día más gris. Esos caramelos y galletas que me ayudaron a pasar los días difíciles en la universidad, el desprendimiento total de una persona que nunca me dijo “quédate”, sino que me alentó a ir tras mis sueños. Otros tendrán sus años como profesor de Educación Física, como de los que ya no existen. Tantas cosas de este maestro, tantos secretos de vida nos ha regalado, muchos que iremos descubriendo conforme pasen nuestros años, que difícilmente serán cien.

No pude cumplir exactamente con la nota para la invitación, al final salió algo distinto, porque escribir para mí es así, no se sabe que puede nacer de algo. Que cada quien siga la composición, que entren en ella y la tomen como suya. Todos tenemos una historia con el Papá Juan y nunca olvidaremos a Mamá Angélica, es el cuadro completo. Confieso que estoy llorando, y sé bien por qué.

Papá Juan:
Estás hecho con una madera de las que ya no hay. Me das tu mano cada vez que quiero fuerza y la siento como siempre cálida y generosa, deseo que me guíe y me enseñe a pintar eternamente cuadros con los paisajes de mis ilusiones. Escucho tu voz fuerte y clara aun estando muy lejos, en consejos y en bromas que de mi mente no se irán jamás. Veo tu sonrisa gigante en la oscuridad y me siento tan feliz, que confundo el tiempo y no sé si todavía soy un niño a quien nunca negaste un dulce. Y si aprendí a caminar y algo de la vida, tu maestría estuvo aquí. Agradezco a Dios el privilegio de compartir algunos de tus años. Algunos de los cien que has sabido vivir con alegría…”


sábado, 19 de diciembre de 2009

Ser más que un "copy-paste"


Cuando empecé a escribirrecién pasaba del “mi mamá me mima”— iba creando pequeños cuentos de unas cuantas líneas sobre animalitos que hablan entre sí y que algo tenían que enseñar (lavarse los dientes, no estar sucios o no mentir a la mamá, etc.), tal vez influenciado por fábulas (recuerdo a las de “Esopo”), que nada tenían que ver con los cuentos mágicos que nos contaba mamá antes de dormir. Ella no me dirigía ni intentaba cambiar lo que mi imaginación recitaba y por el contrario se mostraba muy contenta con cada creación, así no fuese nada. Creo que buscaba decirle a mi pequeña cabecita: “Lo puedes hacer solo, si te atreves puedes, confía en lo que haces, sigue”. La libertad que me dio fue importante, tenía que ser yo mismo, desde el inicio y era el momento oportuno para enseñármelo, para mostrarme el camino correcto.


Recuerdo que cuando fui creciendo, pero todavía siendo niño, me dejaban de tarea los dibujos de las lecciones para hacer a mano en el cuaderno, lo cual demandaba mucho tiempo, dándome la impresión de que me acortaban los días libres lejos de la escuela, por lo que al llegar el domingo recién revelaba que los había olvidado y le pedía a mamá su “ayuda”. El fin de semana se había pasado muy rápido entre juegos de pelota en la plaza y por no haber cumplido con el deber escolar, que estaba bien guardado en la mochila, tenía que intentar convencer a mi madre que los hiciera por mí. Ella nunca me los hizo, así me durmiera encima del cuaderno con el borrador y los lápices de colores regados por toda la mesa. Muy a mi pesar y de mis reclamos, ya que sabía que mis compañeros dejaban que otros les hicieran los benditos dibujos o pagaban con sus loncheras o propinas a quienes eran hábiles haciéndolos en corto tiempo. Mamá sabe dibujar muy bien, tuvo un gran maestro en mi abuelo, y es posible que hubiese tenido los dibujos más lindos de la clase y a tiempo, y hubiese dormido tranquilo también a la hora. Pero no, su negativa siempre fue implacable. Casi renegando y con mis ojos cerrándose por haber corrido tanto detrás de la pelota sin conseguir anotar siquiera un gol en la banquita que fungía de portería, me ponía a dibujarlos de uno en uno, lamentando no haberlos empezado al salir de la escuela o de pagar para que alguien me los hiciera como todos.


Mamá me dio un mensaje que luego fui aprendiendo conforme crecía: “Tienes que ser original, ser verdadero, no mentir y cumplir con tus deberes, se aprende haciendo, vale más si es tuyo”.


Hoy he recordado esos episodios que quiero compartir con el riesgo que también sean víctimas de un “copy-paste” o un “Ctrl+C y Ctrl+V” sinvergüenza.


Cuando empecé a escribir el blog pensé en mezclar muchas cosas comunes —algunas propias y otras no tanto— para que al final cada persona quien lea tome como suya cada palabra, como parte de su vida y se identifique, sienta estar en el mismo espacio sin tiempo. Lo he hecho buscando un estilo y me he sentido halagado cada vez que alguien me ha revelado que le ha sucedido eso, que ha podido recordar y estar bien metido en la historia como si fuese la propia. Me gusta que lo guarden, que lo difundan, que lo comenten, pero lo que no he deseado jamás y detesto es que luego de identificarse con el relato lo copien, lo peguen en una “hoja en blanco” y lo firmen como propio, sea de la forma que sea, en una publicación o en el mínimo escrito (comercial o no).


Es un riesgo publicar en internet y estoy consciente de aquello, pero considero que es un riesgo mayor dejar pasar por alto esto y pretender que es algo ya “normal” por las facilidades que nos da la red para encontrar información con tan solo poner una palabra en Google. Creo que es un riesgo muy grande dejar que alguien robe, engañe, copie y “venda” como suyo y que enseñe a otros que es lo que se hace hoy, que el más “vivo” ya no tiene que leer —menos aun crear o analizar— sino que basta con entrar a internet y luego en minutos imprimir.


Me da miedo pensar que cuando mis pequeños sobrinos me piden que les enseñe a buscar sus tareas de la escuela en la computadora también los esté adentrando al mundo “facilista” de solo copiar, pegar, presentar y ganar la nota. Y al final ni siquiera poner la fuente de dónde se sacó la información (o revisar si la fuente es confiable). Me imagino que antes era el niño agarrando el juguete del otro y gritándole “es mío” (sin serlo), y ahora esto. Mamá me diría: “No hijo, no es tuyo, tienes que devolverlo a su dueño”.


Es extraño y me he sentido así estos días luego de ver como algunas personas me “plagian”. Resulta también paradójico y he recordado que hace algún tiempo he sido seguidor de Bryce y que este todavía mantiene juicios por plagios. Pienso en los dueños de las notas. Y si bien está todavía en proceso judicial, sigo pensando y queriendo creer que cuando me deleité con “El huerto de mi amada” estaba leyendo algo original. Sigo creyendo que aun existen personas que consideran que ser originales es importante, que tienen respeto por la autoría de cada idea por más pequeña que fuese, que podrán inspirarse y también identificarse con ella, pero que al final si la toman, pondrán —aunque sea en letras pequeñitas— el nombre del autor por el “préstamo”.


Aun con todo, tengo la esperanza de la existencia de una luz que ilumina la conciencia. Tal vez sea un iluso que cree en ese tipo de cosas y que mamá será “copiada” (y eso sí me encantaría) por muchas otras personas y que muchos niños crecerán siendo guiados por sus padres teniendo libertad y aprendiendo a respetar a los demás en su totalidad. Que cada quien debe y puede ser él mismo, sin engañarse, con aciertos y errores, pero al fin y al cabo genuino, respetando su propia naturaleza, además.



Carlos E.

Todos los derechos reservados http://comolarecuerdo.blogspot.com/ 2009.



pd. ¿Alguien sabe cómo funciona realmente la licencia de Creative Commons para derechos de autor?



miércoles, 16 de diciembre de 2009

Narciso


El gusto que tengo por ti se debe a mirarme en el espejo
y saber que te ves bien a mi lado.
Porque el mundo habla cuando mira arriba perplejo
y me encuentra tomando el sol,
en una nube que no pierde las ganas de llorar.



Me miro y me miras sin saber por qué,
recuerdas quererme de antes,
sin encontrar la atracción inicial en tus recuerdos,
pero sabes que el encanto es disparejo.
Confuso como el hechizo que doy.
Narciso… Narciso… Soy.



El gusto de caminar por ir a mirar el mar es tan complejo
como entender las líneas de mi mano.
Porque pienso que no existe nada como mi reflejo
y duermo soñando con mi imagen,
en esa nube que no pierde sus ganas de llorar.