He vivido más de cinco años en
Trujillo entre idas y venidas, desde que mamá y papá nos llevaban con mi
hermano a la casa de la tía Sofi y jugábamos hasta cansarnos con Norka, mi
hermanita. Hasta hoy supe que hoy 29 de diciembre es el día de la ciudad,
ignoro demasiadas cosas que no me enseñaron ni en la universidad, que también
está ahí.
En Trujillo probé la primera
hamburguesa de mi vida, lo recuerdo muy bien, no sé si desde ese instante la
convertí en uno de mis ‘fast food’ preferidos. Fue una noche que regresamos con
mamá del centro de la ciudad, entonces nos detuvimos a pedir ese pan con carne,
huevo, salsas y tomate que veía tan grande, llevamos varios a la casa recuerdo,
¡qué rico día!
En Trujillo me compraron mi
primer juguete de cómic, era un Spiderman que no cabía en mis manos (yo no
cabía en mi cuerpecito de niño de la emoción) y que no dejé de ver en un
estante de la tienda donde habíamos llegado. Compramos dos, uno para Paulo que
sonreía con su pañal y chupón. Los tuvimos mucho tiempo, eran indestructibles
como ese momento.
A Trujillo fui la primera vez que
estuve en una universidad pero a una carrera que no me gustaba, no sé si por
mis ganas de ser el malcriado rebelde o el que contradecía pero regresé de Lima
para estar entre clases de dibujo y números que llegué a aborrecer al poco
tiempo. En esa ciudad saboreé por primera vez el amargo sabor de la derrota en
el campo académico y de las decisiones equivocadas. Luego de eso fui a otra
universidad en una ciudad calurosa, en la que estuve algo más de un año, en una
carrera que terminé, pero por cuestiones del destino, otra vez en Trujillo
cuando mi papá se había opuesto a mi regreso en un inicio. Y volví buscando
algo, por sentimientos más que por convicción, en ese momento no convine que
solo en el futuro uno puede conectar ciertos puntos de la vida, de las
decisiones y saber el por qué.
A Trujillo viajaba muchos fines de
semana por ver a una chica. Lo increíble de esto es que lo hacía por un impulso
que no había sentido antes, no sabía qué pasaba conmigo, me resultó
incomprensible que a pesar que me gustaba mucho nunca le dije que quería estar
con ella. Y me ponía nervioso al llamarla por teléfono, al ir a su casa a
verla, me asustaba la idea de encontrarla con novio. Era extraño, no me pesaba
viajar casi 8 horas para verla, me sentía muy bien a su lado pero no le podía
decir más, ¡qué molestia saber que la costumbre de ese tiempo era que el hombre
tenía que manifestarse! Hasta hoy recuerdo que vimos un partido de fútbol en su
casa, jugaban Perú y Brasil, ella detestaba el fútbol y aun así puso el canal y
pasamos la tarde viendo el partido. La selección perdió ese día, yo sentí que
la perdía también por no decidir, por saber que en muchas etapas que vivimos
por diversas razones nos separamos en distancia, sabía que la perdía por estar
lejos pero más por no ser valiente y decirle que lo que más deseaba en esos
momentos era abrazarla y decirle que la quería.
A Trujillo regresé luego de mi
primera derrota académica, ya mencionada, buscando un sueño que no solo era
profesional si no que como mucho en esta vida, tenía el rostro de una chica,
tenía un aspecto sentimental. Entonces ingresé a la universidad y en esa nueva
adaptación no tardó en aparecer el fantasma de la soledad, que me gustaba hasta
cierto punto, no sé si me ayudaba a encontrarme como persona, pero que luego de
un tiempo llegaba a incomodar, a pasar a convertirse en angustia y en envidia.
En esos días pasé mi primer cumpleaños fuera de casa, sin mi familia. Todo pasó
tan rápido y se dio como para no ir a casa, esa noche llegó una linda chica con
quien compartíamos aula y carrera. Miré al cielo estrellado, la luna linda que
alumbraba la noche me dijo que por algo había regresado y que esta vez no iba a
fracasar, que la maldición de estar en esa ciudad no era cierta, quizá. La besé
sin palabras hasta que desde arriba de las escaleras su papá empezó a llamarla.
En Trujillo me enamoré.
En Trujillo y en días difíciles
escribí mi primer libro, a mano. Eran canciones y algunas otras cositas, todas
para la chica con la que había pasado casi dos años y con la cual ya habíamos
terminado. Casi a finales de año y de ciclo como suele ser una costumbre
jugamos al ‘amigo secreto’ en un curso de la universidad y por esas cosas raras
que tiene el destino su nombre estuvo en mi papel. Se suponía que lo más
probable era que nunca más íbamos a estar juntos pero de pronto tenía que regalarle
algo. Mi regalo fue más que el libro, donde recopilé los escritos de los buenos
tiempos y de los malos, cuando llegó el momento de entregarlo solo vi lágrimas,
no solo los de ella, la profesora que estaba cerca no dejaba de llorar.
En Trujillo pasé mi primer año
nuevo fuera de casa, en Huanchaco, con mi enamorada de esos días y una amiga
que hasta hoy me aconseja. En Trujillo me embriagué por primera vez hasta no
saber dónde estaba. No tomé ron con Coca-Cola hasta muchos años después. En
esta ciudad me divertí desde el día hasta el siguiente amanecer, hasta romper
las botellas de trago porque ya las manos no dan más y escuchar música de los teléfonos
celulares porque nos habían cortado la luz eléctrica para ya irnos de la casa
donde estábamos.
En Trujillo fui al concierto más
romántico (hasta cuando tenía como 22 años) que puedas imaginar. La noche fue
perfecta, estaban las canciones que me habían acompañado de adolescente, con
las mejores letras que me las sabía de tanto darle vueltas a un casete. Le
canté varias de esas melodías al oído a la linda enamorada que tenía, sé que no tengo la mejor voz pero para ella era mucho más que la del cantante e incluía
muchos abrazos y besos entre canción y canción.
En Trujillo me decepcioné del
amor por primera vez (sé que todos esperamos que si debe existir algo así solo
sea una y nada más). Me dolió, lloré amargamente, destrocé algunas cosas que
tenía a la mano, pasé mucho tiempo queriendo olvidar, tardé demasiado en
entender que parte de querer a alguien también es dejarlo ir y gran parte de
quererse uno mismo es no dejarse ir.
En Trujillo hice promesas que
cumplí, muchas de ellas ya locas e insensatas, pero soy sincero al decir que si
tengo una falta enorme. Me apena un compromiso hecho a un amigo el cual no
podré realizar nunca porque se fue sin avisar y no pudimos concretar nada. Hasta
ahora cuando voy parece que escuchara su acento selvático al llamar para
organizar una reunión de amigos de la universidad. En paz descanses chino.
En Trujillo hay primaveras y
primaveras. No iba al corso que hacen por ese motivo, algunas veces por
estar en otro plan en otras por aprovechar esos días para viajar. No ha sido mi
gusto quizá. Creo que en Trujillo ya no hay muchas primaveras, al menos no en
las fechas que debe tocar, hace mucho frío entre agosto y setiembre, pero me
encantaba estar entre madrugadas que hacían nacer la mañana con neblina y
pequeñas lloviznas, regresando a pie desde el centro luego de haber bailado y
tomado hasta cansarme. Recuerdo algunas de esas llegadas a casa con el
parabrisas empañado con aquella chica que bailaba como nadie y que hizo que
Trujillo sea el lugar donde aprendí a bailar algo de salsa (al menos lo poquito
que sé) y no solo sea de baladas rock. El premio eran unos besos súper
apasionados de regreso a casa con el taxista de cómplice, ahora creo que el
premiado era yo, aprendí a bailar y ella me danzaba con sus rizos rubios una
canción con pasión.
En Trujillo aprendí que no es
bueno dejar de ir a clases por ir a la playa. Aprendí que no se pueden borrar
las inasistencias comprando certificados médicos vendidos por esos tipos que
están cerca al Banco de La Nación del centro. Gasté casi todo el dinero que
tenía destinado a mis vacaciones para comprar varios de esos que me pedía un
profesor para no jalarme de ciclo. Cuando llegué agotado y exprimido de los
bolsillos para darle aquel papel falso, que él lo sabía así porque fue quien me
lo exigió, me miró, tomó el sobre que arrojó sin importarle y me dijo ‘ya sabes
para lo que viene de tu vida, sé responsable’. Tuve once de nota.
En Trujillo…
(Versión incompleta)